Paseando por sus calles sientes dar pasitos al frente, hacia delante, necesidad y deseo unidos en esta ocasión. Avanzas sin realmente dejar atrás lo importante, parte de uno mismo, de un ser, pero a la vez alejándote de todo aquello que te marcó, que pasó de impulso y sensación conviertiéndose en estado y que a su vez, da paso a uno nuevo, a un frente como todos desconocido aún así deseado y positivo.
Cada zancada puede marcar quizá un contrasentido, un más cerca de, un más lejos de, metáfora de la propia ciudad llena de contrastes con olores que van desde el tufo a cloaca de muchas de sus calles, al olor a loción de fresa constante. Paseos rodeados de majestuosos edificios centenarios no tan lejanos a muchos otros semiedificados, grafiteados, dejados a la mano del tiempo. Cruda realidad en forma de perro cercano a su amo junto a una flauta y churros no comestibles tumbados en un escaparate donde el vestido de fallera luce más por su precio que por su propia creación. Naranjas, naranjos extraordinarios y sorprendentes malos zumos. Sonrisas cercanas dispuestas a la ayuda a pesar del uniforme y la pistola enfundada en el cinturón, que chocan con la nula alegría y atención detrás de la barra de esa chica disfrazada dentro de una camiseta de "Los Ramones" estilo malota-posh. Real como la vida misma a más no poder, la propia vida de cada uno de sus seres e irreal la de sus gentes y animales en una ciudad dentro de la propia ciudad, Arte y Ciencia que aparecen tanto como parecen desaparecer. Descanso y tranquilidad a cada instante tan solo robado por la actividad y el ajetreo de cada momento. Cercanía y lejanía a la vez.
Valencia desconocida conocida a la que volver o no hacerlo para andar y desandar cuando todo cambia y nada se transforma.