Dos ciudades en una. Una clásica, antigua, histórica y otra moderna, activa, funcional y ambas unidas a una imagen un tanto tétrica, oscura. misteriosa y a la vez jovial, atenta y atractiva.
El castillo te observa allá por donde vayas e impone su sello e identidad, estés donde estés. Desde el la mítica artería de Royal Mail, irriga a toda la Old Town vida y actividad a lo largo del día y comienzo de la noche con sus tiendas de souvenirs, su William Wallace particular, los turistas, los edificios históricos y sobre todo ese misticismo y punto de unión entre historia y terror que guardan todas esas callejuelas y callejones que parten de dicha avenida o te hacen llegar a ella.
Las historias de un pasado en el que miles de personas se agolpaban en aquellas calles y edificios por protegerse de tantos y tantos enemigos que escoceses se han creado a lo largo de la historia (no se han perdido ninguna guerra de mediana o gran importancia...) y los camposantos en cada esquina, hacen de Edimburgo un lugar único y especial. No conozco ninguna otra ciudad en la que ir de picnic o jugar en un cementerio esté a la orden del día y sea tan natural como parecen haberse convertido las tétricas historias de George Macenzie en Greyfriars, las miradas por encima del hombro a todo lo que provenga de más allá de las "islas del Reino" o ese ejemplo que es Bobby, posiblemente el más "Listty" y un ejemplo para todos y cada uno de los seres humanos.

Si la curiosidad le lleva a uno a ver la ciudad desde las alturas la colina de Arthur´s seat es un buen lugar, quizá el mejor, pero ese que uno no se debe de perder es Calton Hill, lugar tan inútil como interesante y atractivo.

En el proyecto está la sala de espera de la felicidad, en el lugar, el sueño en sí y el comienzo de nuevos "ametsas", en uno mismo y en los que sonríen y quieren sonreír a su lado, la felicidad. Por eso precisamente en esos días, uno se da cuenta de lo deseable y esencial que es VIVIR, actuar, hacer, llevar a cabo y dejarse de tanto y tan importante y a la vez tan banal, como es la palabra en el viento. Allí en medio del verde, del miedo, de la música, de las pigys, de la cerveza que acompañaba el oink y su salsa de haggis, de las sonrisas... uno obvia las circunstancias, simple y complejamente VIVE y hace que ellas, las circunstancias, se generen al son que uno baila. Y yo quise bailar, bailar en Rat Pack o en un tugurio cualquiera pero también en Picadilly, Soho, Covent Garden y allí donde las circunstancias fuesen generadas.
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