2016/06/10

FRANKFURT

La menos alemana de las grandes ciudades alemanas nos vio llegar con, en principio, una hora de retraso; con, "en final", una vida de retraso o una vida de adelanto. Algún día lo sabremos. Sea como fuere, su bonita Hauptbahnhof nos recibió con, aparentemente, tan solo un brazo abierto y una preciosa sonrisa.
La montaña rusa que supone pasear por Frankfurt teniendo en cuenta sus diferentes zonas, sus barrios, suponen una excelente metáfora del sentir interior estando en la capital financiera de Europa a lo largo del fin de semana. Toda esa zona que rodea la estación, su gente extraña, puesta, salida, oculta contrasta en seguida, unos metros más allí, con lo más posh del lugar, que sin dejar de ser extraños, seguro que salidos, y quizá alguno también puesto, no se oculta para nada con tal de mostrar el rugido del motor de su Porsche o similar, o la marca de su americana a juego con la corbata. 
De lo más decadente a lo más cool y un poco más allá el retorno a un aparente más acá, más clase media, cruzando Goetheplatz, donde uno puede encontrar quizá el mayor bienestar de las 48horas en suelo alemán de palo. Sí, de nuevo la sala de espera de la felicidad, ese lugar que Punset me enseñó como el lugar más feliz, resultó estar en un Irish (ya ves tú que alemán...) con alma de catedral postneogótica o más.
Tocaba volver, rehacer los pasos, de nuevo financial center y de nuevo metadona center. Pasos sobre el asfalto, pasos clavados en mi interior. 
Tocaba amanecer de nuevo, coger aire, sin llegar a los límites de mi compañero de colchón, pero coger aire en abundancia, oxigeno escondido entre rascacielos y sirenas de ambulancia y policía. Para ello nada mejor que el Main, donde esconderse junto al verde, junto a sus aguas, del bullicio. Antes eso sí, tocaba huir de la estación de trenes y sus al rededores de nuevo. Montaña rusa, constante. 
El Meno y su paseo fue lo mejor de la ciudad de las salchichas. Me encantó corriendo, me gustó paseando, me emocionó de noche y me enamoró a la vez que me enrabietó cuando lo soñé despierto. Metal, luces, skyline, agua, candados y solo yo en un banco ocupado que nunca llegué a probar.
Para entonces ya estaba de vuelta. De vuelta de la carrera semisoñada, también de vuelta de la fiesta que nadie soñó, incluso de vuelta de la juerga guiri allá por Sachsenhausen en la que sonó la banda sonora, el ruido, que acompaña a este texto y a mí ser allá por las 2 a.m. del domingo 5 de junio, Cast no shadow.
Antes, entre medias, después, salchichas y mucha cerveza pasando de nuevo cada cierto tiempo por la prohibida e indeseable calle, línea, roja; huyendo de allí a BergerStrasse, a un museo de arte moderno en el que perderme, en el que encontrarme, a un restaurante típico alemán en la nada, en el todo, a Altstadt, a mirar de reojo Töngesgasse o a un parque, que resultó ser prohibido además de botánico y polínico a más no poder en el que volver a soñar. Tan sólo soñar. Tan solo soñar. Soñar... Soñar.. Soñar.


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