Praia das Catedrais, Torre de Hércules, Costa da Morte, Eterna Santiago, Rías Baixas, Islas Cíes... podría acabar aquí mi entrada. Todo dicho. Pero sigo: Pulpo a feira, pimientos de Padrón, empanadas varias, raxo, tarta de Santiago, buen pan, chorizo con un toque picante en una playa frente al Atlántico, queso de tetilla, Albariño, Ribeiro, filloas, zamburiñas, navajas, flan de queso, carne de Betanzos y hasta tortilla de patata y chistorra. Más que todo dicho... menú completo y nunca mejor dicho.
Pero hubo todo esto, sí, y más, mucho más. He aquí la esencia de dicho viaje: poder mirar al cielo, hacerlo y ver estrellas, dejar de hacerlo y seguir viéndolas en platos, copas y hasta en sonrisas y miradas de complicidad máxima.
Y es que tras grandes viajes, Galicia podía quedar un poco pequeña, tan cercana y hasta creía que conocida. Nada más lejos de la realidad. Los lugares conocidos volvieron a impresionar más si cabe y los desconocidos enamoraron, la comida típica tradicional tan buena o mejor que siempre. Hasta aquí todo según lo previsto, pero es entonces cuando aparece Marcelo y hace su casa nuestra, ayudado por Martín, por Javier, cocinando como siempre, con cuchara de palo, cocinando como nunca: Bonito de Burela, encurtidos y vinagreta de tomate seco, Huevo, queso San Simón y migas de pan, Frambuesas de nuestro huerto, kéfir y menta, Dim-sum de orella y gambas, patata puerro, yema de huevo casero y tocino ibérico, Ensalada de tomates bombón con ajoblanco y sorbete de rocoto o Steak tartar de solomillo del país... metáfora gastronómica hecha viaje, sentimiento, simbiosis en estado puro jamás antes sentida.
Va a ser que esto también es GALICIA y no lo sabía... va a ser que esto es la VIDA y no lo sabía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario