2019/01/27

BEHOBIA 2018

Vuelta a la línea de salida como ya manda la tradición de cada otoño, la ilusión que marca gran parte del año llegaba al día D. Venía de la Behobia más larga en el tiempo, aquella en la que llegué a la meta allá por febrero y me encontré con la Behobia más larga en el espacio y definitivamente la más corta en el tiempo. Por fin el record, por fin el sueño más soñado hecho realidad. 

Corrí el primero de los kilómetros en Halden, allá por julio, tranquilo, sin más prisa que adaptar mis piernas a lo que me esperaba, sentir el calor allá en el frío, en aquel lugar que sin tener nada de especial, se ha ganado un hueco en nuestro corazón. Mientras disfrutaba del paisaje, mientras realizaba ejercicios en el bosque, en el jardín de esa casa con manzanos, cerca del menos fiordo de los fiordos, quizá dejaba surgir un nuevo sueño al que quizá algún día agarrarme: Grenserittet.

Quise mantener la marcha, simplemente rodar, y subiendo allá por Dolomitas, no forcé nunca el ritmo. Rodeé las Tres Cimas de Lavaredo, ascendí a lago di Sorapis y también descendí de aquel refugio, sin saber que "ganaría" la Behobia en los descensos. Dos kilómetros más por Eslovenia, subiendo hasta el castillo en su capital y uniendo Portoroz y Piran junto al Adriático.

Parecía suficiente para saber que el cuerpo se sentía bien, que las tiradas daban sus frutos lejos del hogar pero también en él; y es que Arditurri, el bidegorri jamás me ha dado la espalda. 

Kilómetros 6 y 7 en el Mediterráneo. El sexto a tope, como si fuese montado en bici, allá por Ripollet o en Girona por El Carrillet. El séptimo, más tranquilo, sin prisa pero sin pausa. Como nadando en una inesperada playa allá por Gandía. 

Las sensaciones eran geniales, tocaba bajar Gaintxurizketa y ganar ahí sin saberlo más que tiempo, un sueño. Descender como tantas veces lo había hecho de Beraun o de Agustinas este año, en el más utilizado de los circuitos.

Apreté los dientes, forcé un poquito la máquina hasta llegar a casa, recordando lo sentido en Donibane Lohitzune en aquella triatlón en la que volé y volaré, y rememorando aquel calentamiento que de poco parecía servir bajo aquella tromba de agua, la mayor, del verano en Getxo.

"Cuidado" me dije, "recuerda lo ocurrido justo aquí el año pasado". Pero no, esta vez no. Kilómetro 11 de Zubiri a Pamplona, cuesta abajo y muy metido en carrera. Tocaba apretar en el 12 en Capuchinos, como lo hice en Roma, la eterna Roma, con aquellos kilómetros de tanto valor tras horas y horas de viaje, con el frontal aportando luz que resultaría a la postre clave.

Y lejos seguía para llegar cerca subiendo por Jaizkibel, intentando otro record que se atragantó como tal, pero que aportó sin saberlo en el más importante de los records. Como Sorondo en el 16 pasando por Añarbe. Dificultades que poniendo por un momento en riesgo lo que parecía estaba casi hecho, por lo que toco apretar en Miracruz.

Tres kilómetros, solo tres, para la gloria, luchando más que nunca en esos metros, dándolo todo en el descenso que de nuevo volvía a marcar el objetivo. Cerrar los ojos y verme en el barrio, en Orlegimendi, solo, hablando conmigo mismo y encontrado en autocargas, ejercicios específicos y sobre todo, en la constancia, la fuerza para recuperar la senda de la victoria.

Avenida de Navarra, como Arritxulegi, Agina, Bera o Lesaka que también aportaron este año. Y en la Zurriola recuerdos de cada salto en lo que pareció una derrota tras otra en agosto y terminó siendo la más grande de las victorias. Kursaal, puente, María Cristina y al fin el Boulevard. Satisfecho, alegre, contento, orgulloso. Merecido.

...Gaurko errealitateak...

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