
Un día que nuestro intrepido animalito se asomó a la superficie de la tierra, justo al lado del lago donde solía bañarse, se le acercó un León grande, fornido y apuesto que le dijo mirandole fijamente:
- Pequeño topo, he oido que buscas la felicidad ¿no es cierto?
- Así es, Señor león.
- Pues has dado con el ser adecuado. Yo te llevaré a la felicidad.
Zatortxo sonrió ilusionado dejando ver sus dos enormes paletas la mar de relucientes.
- Gracias Don Leoncio. Yo le sigo. Iré a donde usted me mandes.
- Lo primero que has de hacer es quitarte esa venda pequeño, con ella no podrás ver la felicidad jamás.- Habló el león con voz firme y autoritaria.
El topo se quitó en vendaje que cubría sus ojitos y aunque la luz en un primer momento, le impedía ver lo que había a su al rededor con nitidez, poco a poco comenzó a distinguir los diferentes colores y formas que le rodeaban.
El león le llevo por el camino de la derecha. Allí pudieron ver como trabajaban las hormigas, como realizaban presas los castores, como las cigüeñas preparaban sus nidos justo en el mismo lugar que en años anteriores, o sencillamente como mamá canguro llevaba a su hijito en su bolsita mientras daba saltos para desplazarse de un lado para otro como si estuviera la mar de feliz y contenta. Pero a Zatortxo todo aquello le parecía la mar de aburrido, así que en medio del paseo tiró de la cola del león para decirle:
- Gracias Señor león pero creo que me voy a dar la vuelta, aquí no he encontrado la felicidad.
Al llegar de nuevo al lago, nuestro expedicionario en busca de la felicidad, agarró la venda y justo cuando se disponía a anudarla a su cabecita apareció un oso que le dijo:
- Buenas pequeño topo, he oido que buscas la felicidad ¿no es cierto?
- Pues sí, así es amigo oso.- le respondió Zatortxo sorprendido.
- Deja esa venda ahí y sigueme ¿Ves ese camino de la izquierda? pues por ahí es. Yo te acompaño.
- De acuerdo Osentzio ¡yo te sigo!- le respondió ilusionado nuestro amigo de hocico largo y nariz redondita, negros y brillantes ojos y cuerpo peludito con forma de bola y largas uñas.
En el camino que emprendieron vieron como las aves rapaces se lanzaban en busca de sus presas, como los guepardos corrían a la velicidad de la luz, o como los búfalos peleaban entre ellos mismos para asegurarse ser el jefe de la manada. Aquello tampoco lleno a Zatortxo, así que tras golepar en las patitas traseras del oso para captar su atención, el topo comentó al oso lo siguiente:
- Gracias Señor oso pero creo que va a ser mejor que vuelva al lago, no creo que estos animales me enseñen lo que es la felicidad.
Zatortxo estaba un poco cansado y desanimado, dispuesto a siestear un ratito, por lo que se tumbo sobre la hierba apoyando la cabeza sobre una pequeña piedra y colocandose la venda sobre los ojos se dispuso a dormir un ratito. Nada más lejos de la realidad... en menos de dos segundos, ante sus ojos se apareció una inquietante salamandra que tirando de la venda se clavo sus ojos ojos en la mirada de nuestro protagonista:
- ¡Hooola, pequeño topo! he oido que buscas la felicidad ¿no es cierto?
- Emmm, bueno...- dudo de primeras Zatortxo.- Emmmm, sí, sí. Busco la felicidad. Sí.
- Pues mira fijamente los pasos que voy dando, sigueme.
- Pero es que... es que... iba a dormir la siesta...
- ¡Qué es que, ni que es que ni que ocho cuartos! ¡Sigueme! es ese camino que ves ahí detrás.
Zatortxo se incorporó dejó su venda enganchada en las ramas de un pequeño bonsai y emprendió camino tras el réptil. Éste le enseño como tomaban el sol las lagartijas, como cantaban los grillos o como vagoneban las cigarras, pero eso que veía tampoco tampoco debió de convencer a nuestro protagonista porque poniendose justo delante de Sandra la salamandra le dijo:
- Gracias Señora salamandra creo que va aser mejor que vuelva sobre nuestros pasos, no me siento feliz aquí.
Al llegar al bonsaí donde había dejado su venda nuestro topo se topó (valga la redundancia...) con un lobo que mirandole mientras sonreía con aires de superioridad le comenzó a decir:
- Buenas pequeño topo, he oido que...
- Sí, sí, sí ¡sí! ¡lo sé! has oido que busco la felicidad ¡¿no?!
- Así es, sí.
- Pues puedes volver por donde has venido. Ahora mismo voy a dormir mi siestita.
Y tras decir eso Zatortxo se colocó su venda en los ojos y se escondió en su agujerito que le llevaba bajo tierra, justo al lado del lago. Allí acurrucadito en su esquina favorita aislado de todo y de todos, sin ver pero sintiendo el frescor de la tierra, el olor de su hogar y el airecillo golpear su naricita, soñó con la felicidad, sintió la felicidad, esa felicidad que él tanto deseaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario