No puedo olvidar aquella sensación por muy lejana que quede en el tiempo en la que me derrumbaba porque mi rodilla deshecha sin saberlo, no conseguía hacer que me mantuviera en pie. Entonces fue el fútbol el que me dejo, el que pese a desconocerlo me estaba abriendo otras puertas por descubrir. Hoy, no sé decir cuantos años después, puedo decir que desde entonces he redescubierto el que todo te salga rodado, inventado mis carreras personales e incluso buceado en mares inesperados, pero quizá ha llegado el momento también de reconocerme que he podido reconquistar al balón, y es que éste...
Me enseño desde bien pequeñito a enfrentarme a situaciones desconocidas, a socializar junto a diferentes e incluso iguales que a veces resulta más complejo.
Me enseño a superar retos, a trabajar desde la humildad, sabiendo que ser un perdedor puede ser una de las mayores victorias en la vida (jokoan gogorrak baina, bihotz onez beteak...).
Me enseñó que a veces hay que hay que liderar, capitanear un proyecto, con brazalete o sin él, que hay que hablar mucho en el campo. HABLAR, con mayúsculas. Hablar y LEER, con mayúsculas también, comprender lo que ocurre, y en consecuencia actuar del modo que mejor te convenga y si eso no es posible, del modo que peor le convenga a tu contrario.
Me enseñó a respetar y valorar al de negro, a los otros y por supuesto a los "míos" y a mí mismo.
Me enseñó qué es lo que no debía de hacer, lo que no quiero ser.
Me enseño, por tanto, a ser listo, y algo más inteligente, y aunque suene pretencioso, algo más sabio también.
Me enseñó a ser el de la "Capi" en el pueblo y el del pueblo en la "Capi".
Me enseñó euskara.
Me enseñó sin serlo a ser un "one club man" y es que pesa a haber vestido la camiseta del Oiartzun, del Power Rangers y el Art Café, pasando por el "Viejas Glorias", "Antes muerta que sensilla" y el "LANIK ET", siempre me he vestido con la zamarra de la lucha, la entrega, y el darlo todo pese a tener muy poco.
Me enseñó algo de geografía y a viajar.
Me mostró las primeras cenas, juergas, el "Txala", lo prohibido, las reglas y por tanto como romperlas, como coger el balón siempre a pesar de que hayas sido tú quién lo ha tirado fuera.
Me enseño a segar la hierba, dejarme la piel en la gravilla, encharcar el parqué y a rebozarme en el lodo.
Me enseñó que hay vida más allá de él y siempre unida a un sentimiento, como él mismo lo es y que en esa vida puedes luchar por recuperar lo que un día fuiste y siempre has querido ser y que por tanto, al menos en cierta manera, ya eres.
Me enseñó a despejar los marrones, a pasársela al compañero de cabeza y a bajarla con el pecho para uno mismo.
Me enseñó a dar la mano, a firmar, a guardar lo propio, a defender lo que uno más quiere y a soñar con lo que uno más desea.
No sé si el pasado 25 de diciembre jugué mi último partido de fútbol o no, pero sé que esta vez no es él el que me ha dejado a mí y sobre todo sé, que de un modo u otro yo jamás le dejaré.
Dedicado al fútbol de verdad, el del sentimiento.
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