Cuando uno comienza una carrera y siente pinchazos, dolor, no consigue meter la marcha adecuada, la lluvia le impide ver más haya del momento y el barro cubre el camino haciendo resbalar los sueños de la realidad, todo parece tornarse oscuro. Algo así como un comienzo de día con un anochecer en el que además las únicas luces que pretenden iluminar el camino sin conseguirlo, son momentaneas, de esas que no duran ni siquiera un segundo y que en vez de iluminar provocan solo dolor en los ojos y distorsionan la realidad.
Una carrera en un día que comienza anocheciendo... difícil de explicar... no importa, no queda otra que luchar, que tirar para adelante con ganas, con ilusión, pedalear, dar zancadas hacia la meta, aunque sea con el culo al aire; apretar los dientes y mirar al frente aunque éste a veces se difumine, desaparezca o se vea negro.
Acompañarse de una sonrisa a veces provoca que en la oscura noche la luna en cuarto creciente aparezca entre las nubes, eliminando la lluvia y dejándose iluminar por un sol que desde aquí no se ve pero se refleja e incluso llega a dar calor. Es más fácil así, sin duda, acompañado la carrera se ve de otro modo y tras tres horas pedaleando y 49 minutos y 15 segundos corriendo uno es capaz de saber que al pasar la meta el día acaba, y es que ese día que comenzó anocheciendo es el día que finalizó con un amanecer.
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