
Comienza
la prueba en la playita del paseo Butrón de Hondarribi, record de participación
respecto a años anteriores y aún así el comienzo de la prueba no resulta tan
agobiante como esperaba, tan solo los golpecitos justos antes de hacerme un hueco
entre los participantes. Eso sí, un problema se hace presente; las mareas vivas
de los últimos días debidas a la luna llena, han cubierto la superficie del
Bidasoa con ramas, palos y objetos en definitiva, que no hacen agradable el inicio de la prueba.
Antes
de empezar a nadar tenía la duda de que referencias coger. El espigón quedaba a
mi izquierda y yo estoy acostumbrado a sacar la cabeza por la derecha. Por otro
lado, la primera boya, la del final del espigón, estaba muy lejos como para ser
una referencia válida. Sin problema, en seguida me doy cuenta de que el ir
rodeado de nadadores me hace fijarme en ellos, guiarme por ellos y también por
algunas de las embarcaciones de apoyo a la propia prueba.
Intento
ir bastante abierto, por la zona más cercana a Hendaia y quizá en algún momento
meto la pata y voy hasta demasiado escorado al este. Poco a poco veo que
avanzo, me fijo en las referencias que quedan en Hondarribia y veo que ya he
acabado el trayecto por el paseo Butrón, busco con la mirada la entrada al
puerto deportivo, pero ésta se hace esperar. La zona final del espigón resulta
sin duda la más difícil de la prueba por diferentes motivos; el primero es que
la boya ha desaparecido, se ha escondido tras el espigón y genera dudas de
cuanto quedará para realizar el viraje hacia el interior, hacia la zona de la
playa. El segundo es que los nadadores nos vamos apelotonando con lo que más de
uno se cruza en mi camino, o yo en el de él, no lo sé, e incluso un chico quizá
sabiendo de mi “peso específico” en la prueba, me suelta un manotazo en toda la
cabeza. Pero de todos modos, el mayor de los inconvenientes se encuentra en el
oleaje, que en esta zona se hace más evidente que en cualquiera de las
anteriores y de las que después vendrán, no en vano, me encuentro como es mi
deseo en el punto más cercano al horizonte de toda la prueba… O no, quizá a la
misma distancia de siempre, no lo sé… “Si yo camino un paso en dirección al horizonte, él se aleja un
paso de mí. Si camino diez pasos, él se aleja otros diez pasos. Si camino
kilómetros en dirección al horizonte, él se aleja los mismos kilómetros de
mí...”
El
trayecto que nos hace cruzar la playa de Hondarribi de lado a lado resulta
cómoda, debido a las referencias amarillas que marcan la recta entre las dos
boyas principales, la del final del espigón, grande y blanca, y la del muro de
la propia playa, mediana y naranja. Una buena zona para nadar a gusto e ir
percibiendo sensaciones que sin duda son positivas, tanto que al llegar a la
boya en la que girar me decido a aumentar el ritmo ya con la mirada puesta en
la que supuestamente debería de ser la última boya naranja antes de pisar
tierra firme. Y bien digo, supuestamente, porque la referencia tomada no
resulta ser la boya principal sino una del circuito infantil, hecho del que no
me doy cuenta hasta que en un momento dado me siento muy solo, sin nadadores alrededor,
giro la cabeza a mi izquierda y veo como la gran mayoría se encuentran mucho
más allá, mucho más al norte, levanto la cabeza en este caso al frente y es
cuando veo una referencia mayor, una boya blanca con el logotipo de DV y me doy
cuenta de que esa debe de ser la referencia buena. Metros de más que no me
hacen decaer, todo lo contrario, corrijo mi rumbo y una vez tomada la “ciaboga”
pongo rumbo al sur, rumbo a la arena a un ritmo lo más alto posible, eso sí,
sin dejar de hacer honor a nuestro amigo Mr. Bean, enorme Mr. Bean, creyendo ya
ser capaz de tocar suelo, parando para ver que no es así y volviendo arrancar
confiando en que nadie se haya dado cuenta de tan lamentable gesto.
Ya
estoy en la playa, ya corro lo justito para cruzar el arco de meta, ya veo a mi
“familia”, mis “amiguetes” (Eskerrik asko daneri)… y en una situación quizá
cargada de simbolismo, quizá… aparece Maddi, Miss Sonrisa, la niña de la sonrisa
eterna, aquella, que entre otr@s hizo de mi “penúltima inmersión” en el mundo
de la natación el pasado mes de julio en Cádiz fuese ilusión y alegría.
Meta,
objetivo cumplido, familia, amigos y… ¿eterna sonrisa?
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