2018/04/08

WIR WÜNSCHEN: UNENDLICHKEIT - Capítulo 5: FUSSEN

No podía ver nada, tenía los ojos tapados y las manos y los pies atados con unas cuerdas que a su vez, parecían estar conectadas entre sí.  Tan solo podía oír las voces de aquellos soldados alemanes y el ruido que desprendía el motor de aquel potente todoterreno. Walter no estaba allí conmigo y di por hecho que a él lo llevaban en el otro carro, el de bandera italiana.

Los soldados no nos trataron mal, ni siquiera al detenernos cuando tuvieron que ejercer cierta fuerza a la escasa resistencia que opusimos para poder dejarnos inmovilizados y sin visión. Desde el principio nos dijeron que seriamos libres si colaborábamos con ellos, pero lo cierto es que yo de camino a donde quiera que fuéramos, me temía una vez más lo peor. 

El coche redujo su velocidad hasta llegar a pararse por completo, sentí por el frío que la ventana se abría permitiéndome escuchar primero una nueva voz externa y después el sonido de unas puertas abriéndose ante nosotros justo antes de que el coche volviera a avanzar unos metros.

-Hemos llegado, quítale la venda de los ojos. Ya puede ver dónde estamos, eso sí, las manos y los pies que sigan atados hasta que pueda realizar la tarea.

Mientras notaba como las manos se acercaban a mi cabeza y comenzaban a aflojar aquella especie de antifaz, tan solo deseaba no encontrarme de nuevo en un campo de concentración. Se me hizo eterno aquel tiempo que estuve dentro del vehículo todo terreno, pero desde luego no había dado tiempo ni mucho menos para retornar a Dachau. 

Cuando al fin mis ojos quedaron al descubierto, miré a través de los cristales y pude ver como Walter se encontraba también allí, descendiendo del otro coche. Una nueva mirada cómplice reconfortó mínimamente mi estado a pesar de la incertidumbre que suponía estar en aquel lugar desconocido.

Nos condujeron a ambos a una sala solitaria y en el trayecto hasta llegar a ella, parecía evidente que no nos encontrábamos en nada parecido a Dachau. Si aquello era una prisión desde luego nada tenía que ver con aquella explanada rectilínea, fría, simétrica y ante todo y sobre todo triste y lúgubre, pues las paredes e incluso los techos estaban revestidos con pinturas extraordinarias, los suelos cubiertos por alfombras con dibujos geométricos perfectamente unidos unos a otros y la luz se imponía ya no solo en los pasillos, sino también en aquella sala en la que nos encontrábamos de momento solos y expectantes.

-Ya te dije que no nos podíamos fiar de ella.- Comenzó diciendo Walter.- Alguien que lleva impreso en el frontal de su coche el logo de las Fuerzas Nacionales Fascistas Italianas no puede ser pájaro de buen agüero. 

- Rasso parecía un hombre de fiar, de total confianza para su primo Borja Mari.- repliqué yo.

- Sí pero no es Rasso quien nos llevo a Reutte, ni quien te convirtió en su marido. Fue ella y recuerda como era saludada al entrar en cada cervecería de München, al doblar cada esquina de la capital Bávara.- Siguió furioso mi siempre negativo amigo.- Como nos desnuden tal y como hacían a todo aquel que entraba en Dachau estamos perdidos.

Tenía razón, los números tatuados que ambos llevábamos en nuestro antebrazo podían delatarnos ante los soldados de las SS. Aquello sería el fin definitivo si es que el hecho de estar allí retenidos ya no lo era. Posiblemente tras el recuento realizado la mañana siguiente a nuestra huida, los nazis abrían colocado infinidad de controles con el único objetivo de encontrarnos, vivos o muertos. Quizá por eso estábamos en aquel momento allí.

Y en cuanto a los comentarios de mi amigo respecto a Karina Ruocco, no podía decir que no tuviera razón. Había sido un tonto dejándome engatusar ciegamente por aquella italiana afín a Mussolini y sus ideas.

La puerta que quedaba justo enfrente de donde nos encontrábamos sentados, se abrió dejando pasar por ella a dos personas uniformadas. Él portaba el símbolo del PNF, ella el de las SS.

-Si colaboran, todo irá bien. Les necesitamos para acelerar un pequeño trabajo nada más.- dijo ella.

- Todo dependerá de lo rápido que lo hagan. Según mis previsiones antes de que anochezca podrán ser libres de nuevo.- Anadió él.- No tenemos duda, tras el control de ayer, de que son afines al Führer, sabemos que colaboraran por tanto ¿verdad?.

- Por supuesto dijo Walter.- yo preferí asentir realizando un gesto con la cabeza. 

- Así me gusta.- prosiguió la mujer.- Su cometido será trasladar material al almacén del edificio. Cuando hayan acabado les trasladaremos a Reutte de nuevo. Eso sí, siempre y cuando cumplan las normas: no podrán salir nunca de la zona de trabajo, está terminantemente prohibido ver más allá del depósito de materiales y la zona de llegada de carruajes. Además realizarán su labor en silencio, no queremos que intercambien una sola palabra con el resto de trabajadores, ni siquiera entre ustedes mientras están trabajando, simplemente colaboren y limítense a escuchar la música y por supuesto a almacenar el material.

-Por último, sepan que han de llevar siempre puestos estos dos elementos –explicó el oficial italiano mientras sacaba de su morral dos sombreros verdes de copa corta y un par de bigotes postizos de tamaño considerable.- Bajo ningún concepto podrán quitárselos, no lo olviden.

Llevábamos dos días con una peluca postiza acompañándonos día y noche, por lo que taparla con aquel sombrero digno del más selecto café de Milano, podría resultar hasta deseable. Lo que no me hacía mucha gracia, era añadirle aquel mostacho anaranjado, grueso y de mal gusto. Conociendo a Walter sabía que a él la idea le gustaba menos aún. 

-Pasen al comedor. Podrán comer y beber todo lo que deseen durante los próximos diez minutos, después comenzaran su tarea hasta que ésta esté finalizada. Pónganse el bigote, el gorro y vengan con nosotros.´

Hicimos lo que nos pedían, nos levantamos y comenzamos a caminar siguiendo los pasos de los  dos fascistas. La sonrisa de Walter cuando cruzamos nuestras miradas, seguida de aquel guiño de ojo, me recordó plenamente al momento en el que acabábamos de ponerlos la peluca frente al Olímpico de Münich. Nos veíamos totalmente ridículos pero mucho mejor que con aquel pseudopijama númerado a rayas que portábamos en Dachau.

Traspasamos un par de pasillos, más decorados si cabe, que los que habíamos pasado antes de entrar a la sala de espera de la acabábamos de salir. Llegamos a un portón de madera tallada enorme tras el que se encontraba un lujoso comedor con dos platos llenos de comida y varias jarras de cerveza.

-Recuerden, ahora ya solo les quedan nueve minutos, así que no pierdan más tiempo.- nos dijo la mujer justo antes de que el oficial añadiese la siguiente frase:

-Cojan energía, la van a necesitar… 

Comimos con ganas, todo lo rápido que pudimos y bebimos cerveza como si no hubiera un mañana. Justo tras uno de esos enormes tragos el oficial se me acercó con una cámara fotográfica enorme mientras reía a carcajada limpia.

-¡Jajajajajaja! Quiero inmortalizar este momento ¡se ve usted espléndido! 

Debí de salir en la foto con cara de extrañeza, no sabía muy bien porque no solo el soldado se reía, el bigotón que estaba a mi derecha, Walter, también se lo debía de estar pasando muy bien.

-Venga una más, eso sí, ahora quítese la espuma del bigote y simplemente beba.- dijo aquel hombre, que parecía ser de lo más alegre y amable que había conocido dentro del entorno fascista.

Lo cierto es que no me hacía mucha ilusión que captara imágenes mías un hombre al que acababa de conocer y cuyas intenciones aún desconocía, pero el hecho de poder seguir bebiendo aquella extraordinaria cerveza que según el grabado de la jarra de porcelana, estaba hecha en honor de Konig Ludwig del que tanto nos había hablado Borja Mari en Dachau, suponía un verdadero placer. 


Transcurrido el tiempo estipulado, pasamos a la sala contigua, el almacén al que antes habían hecho referencia la mujer y el hombre soldados. Una veintena de hombres con sombrero y bigote se encontraban ya trabajando en él, pero lo que más llamaba la atención era la cantidad de oro, piedras preciosas, metales y obras de arte que allí se encontraban. Llegaban hasta allí en carruajes tirados por caballos que los bigotones se encargaban de vaciar para ordenar en aquel depósito. Unas lonas cubrían las ventanas y la entrada siempre que no había un vehículo alguno en ella. El silencio era sepulcral, tan solo lo rompía algún que otro golpe al depositar el material, el relinchar de alg´n caballo al entrar en el  hangar y por supuesto, aquella música clásica que como me temía, hizo soltar con disimulo alguna lágrima a Walter. En Dachau ocurría lo mismo. 


Trabajamos durante horas, siempre vigilados por soldados alemanes, en silencio, con esfuerzo y orden. Al principio la llegada de carruajes era constante, pero poco a poco ésta fue decreciendo para desaparecer por completo. Cada vez quedaban menos joyas y artículos de lujo por almacenar ¿Sería verdad que tras acabar aquella labor seríamos libres de nuevo?


Estaba a punto de acabar. Creo que aquella lámpara bañada en oro y con detalles de marfil incrustados en ella, podría ser mi última carga. La dejé en uno de los pocos huecos que quedaban, justo al lado de una pequeña puerta situada en una de las esquinas del almacén. Parecía entreabierta y no pude reprimir mirar por aquella rendija para ver que había más allá. La sorpresa no pude ser mayor. Los dos oficiales que nos habían expuesto la labor a realizar, se encontraban desnudos y mostrándose algo más que cariño el uno a la otro, y aunque parezca mentira, pues tan solo en sueños creía recordar lo que era el sexo, no fue eso lo que más me llamo la atención. Allí, al otro lado de la ventana, podía verse el castillo, una obra perfecta, magistral. Era sin duda el castillo de Neuschwainstein, del que también Wittelsbach nos había hablado.


Walter me cogió del brazo y tiró de él sacándome de aquella habitación, pero ya era tarde. La pareja me había visto y el vigilante soldado, situado detrás justo de mi amigo, ya me apuntaba con su pistola.





2018/04/07

WIR WÜNSCHEN: UNENDLICHKEIT - Capítulo 4: REUTTE


Dachau esta vez resultó ser un recuerdo nada más. Afortunadamente nuestro camino continuaba, tan solo fue un cartel y un pueblo a lo lejos que aparentaba normalidad. Nada más lejos de la realidad. El silencio se prolongó por kilómetros durante un largo tiempo en el que nadie quiso siquiera abrir la boca, hasta que me propuse cambiar la dinámica que había adquirido la ruta y saber algo más de ella.

-Y bien Señorita Ruocco, diganos ¿Quién es Karina?- Pregunté.

- ¿La persona de la que ahora mismo depende su vida?- contestó con ironía una vez más.

- ¡Vaya! ¡Debo de estar en racha! primero me espera en una montaña mágica con una sonrisa preciosa, la única que le he visto hasta ahora, pero preciosa, después me ofrece cobijo en una de las mejores viviendas de Münich, ejerce de inigualable guía turística, me muestra la más selecta comida bávara regada con las mejores cervezas del mundo, me obliga a casarme con usted y encima ahora se presenta como mi propia vida… 

Karina, con la mirada fijada en la carretera nada más, mantuvo su línea diciendo:

- Exacto, tiene usted mucha suerte, que no justicia de momento, que es lo que  me encomendó que tuviera Rasso  Wittelsbach

- Guapa, inteligente, segura de sí misma, poderosa, más que interesante y además luchadora en pos de la justicia… ¿Por qué?

- ¿Por qué, qué?- cuestionó a la pregunta que le realicé.

- Que por qué pudiendo vivir cómodamente en una mansión, con un coche al que muy pocos pueden acceder en la ciudad más importante actualmente de Alemanía, decide ayudar a dos personas que no tienen ningún valor actuando en contra de ese escudo que porta en el parabrisas.

Walter en este caso fue directo. Era de esas personas que hablaba poco, pero cuando abría la boca lo hacía porque verdaderamente tenía algo importante que decir.

- Creo que bastante tienen con preocuparse de ustedes mismos como para preocuparse por mí, por mi seguridad y por mis razones para estar aquí y ahora con ustedes.

No iba a ser fácil. Parecía claro que aquella joven y bella señorita cubierta en una máscara de ironía y seguridad, no iba a mostrarnos de manera sencilla quién era realmente. Aún así insistí.

-Es usted ahora mi esposa, si los soldados de las SS nos paran en algún control tendré que saber qué contestar-. Insinúe.

- ¡Error una vez más! Es usted mi marido no yo su esposa, así que mejor estese calladito, ya seré yo quién responda por usted si es necesario. De todos modos ¿creen ustedes que han de saber más de mí que yo de ustedes? ¿Acaso yo aparento ser más peligrosa que dos hombres que huyen de un campo de concentración en el que han estado recluidos hasta anteayer? Háblenme si quieren de ustedes y si no, mejor están calladitos en lo que dure nuestro viaje a la frontera entre Bavaria y el Tyrol.

Giré mi cabeza hacía Walter e intercambiamos una de esas miradas cómplices en las que ambos, con solo mirarnos, nos entendíamos. El Tyrol. Las preguntas no sirvieron para saber más acerca de aquella misteriosa mujer, pero al menos conseguimos conocer cuál era nuestro destino y no sonaba mal del todo. No quise detener la conversación en ese punto, una vez que supimos que Karina al menos hablaba si se le daba conversación, así que continúe tirando del hilo que ella misma había lanzado.

- Mi único pecado para acabar con mis huesos en Dachau, fue no querer utilizar la violencia-. Dije.

- Espera empieza por el principio-. Interrumpió ella- ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿De dónde es?

- Antonio Ruocco de Licusati, Salerno, Italia, debería saberlo, soy su marido-. Respondí utilizando el mismo tono irónico que ella utilizaba añadiéndole, eso sí, una sonrisa pícara de la que ella no hacía gala.  

Esta vez al menos sí giró la cabeza y conseguí que su mirada se cruzase durante unos segundos con la mía, posiblemente los mejores segundos en mucho, mucho, mucho tiempo.

-Dejémoslo en que Walter y los otros me llaman El Vasco, tengo aproximadamente su edad y ahora soy su esposo a pesar de la desagradable imagen que ejerce en mí esta horrible peluca-. Añadí.

- Supongo que lo de El Vasco es por su origen-. Prosiguió con interés Karina.

- No se equivoca;. Por lo que veo, está usted muy interesada… y recuerde que puede tutearnos.- Insistí.

Creía que de ese modo todo podía ser más cercano y ello podría ayudarnos a descubrir de un modo más sencillo quién era ella y quizá, quién sabe, romper poquito a poco aquella coraza en la que se envolvía la señorita Ruocco y penetrar, un poquito al menos, en su corazón.

- ¿Me va a decir por qué acabó en Dachau? ¿Es usted judío? ¿Gitano? ¿Homosexual?-. insistió una vez más la joven.

- Se lo he dicho, por no querer utilizar la violencia. Me interesa más si Dios cree en mí que lo que yo pueda creer en él, podría ser gitano por mi apellido, pero si lo soy nadie me lo ha comunicado nunca y si fuese gay, tras conocerla, cualquier atisbo de homosexualidad quedaría eliminado de por vida.

- De acuerdo. Entiendo. Así que hasta ayer al menos usted era gay-. Comentó la chica mientras giraba el rabillo del ojo para ver la reacción de su copiloto mientras sonreía por fin.

Walter no pudo evitar una carcajada y me golpeó con disimulo el hombro derecho, el más alejado a la señorita, delatándose seguidor del irónico humor de la bella Karina.

-¡Eh! ¡Eso ha sido una sonrisa! ¡Yo lo he visto! ¡Sí! Añadamos a todo lo bueno que se puede decir de usted el humor inteligente… Pero no, no, se confunde tampoco anteayer era gay, simplemente cuando las tropas del Caudillo Franco penetraron en mi tierra y la dictadura del de Ferrol no parecía tener marcha atrás, decidí escapar y refugiarme en Francia. La casa de mi padre está a escasos 500 metros de la frontera, no fue difícil pasar a l´otre coté. Con tan mala suerte…- continúe- que viviendo ya en tierras galas y cuando estaba a punto de regresar a mi país, el ejército nazi penetró en Francia como es sabido. Quisieron que formase parte de la "conquista". Me negué. Participé en un acto en contra de la imposición Nacionalsocialista y es cuando acabé preso en manos de esos monstruos ¿Qué le parece?

- Interesante.- es lo único que se aventuró a decir.

-Le toca bella ragazza. Es su turno.-. Apuntillé intentando sonsacar algo de información a la atractiva y misteriosa.

- ¿Y usted? Porque usted es alemán ¿Cómo acabó en Dachau?.- se dirigió esta vez a mi amigo sin reparar en mis peticiones. Un nuevo intento valdío por descubrir más acerca de Karina.

Walter tardó en responder, pero ante la insistente mirada de la Señorita Ruocco por el retrovisor no tuvo más remedio que dar explicaciones.

-Nunca me mostré partidario del ideario nazi, eso es suficiente para ser considerado un enemigo y quedar en el punto de mira de esos asesinos. Ser amigo de un biólogo perturbado hizo el resto para acabar preso.- expuso sin querer dar más detalles.

- Los biólogos están muy valorados entre los nazis.- expuso ella.

- Y los perturbados también...- Añadí yo con sorna.

Lo cierto es que en los meses que estuvimos en Dachau nunca había sabido la razón por la que Walter estaba allí dentro hasta tres días antes de escapar, hasta que se precipitó la huida y Alberto impulsó aquel plan que de momento marchaba según lo previsto. Lo cierto es que ni siquiera entonces me importaba demasiado. El hecho de estar simplemente allí dentro, a pesar de las posibles diferencias, ya nos convertía en iguales. 

Ante nosotros y mientras el sol empezaba a esconderse por el oeste, comenzaron a aparecer unas cumbres nevadas que cada vez parecían más cercanas. La carretera se hizo más estrecha y empezó a serpentear. El hecho de que los oídos parecían taponarse a medida que avanzábamos hacía el sur, demostraba que estábamos ascendiendo. Austria estaba más cerca sin duda.

Fue entonces cuando en una zona sombría, boscosa, nada más pasar una curva de herradura, pudimos verlos. Dos coches de montaña, con cuatro soldados, dos a cada lado. Un nuevo control de las SS. El calor se apoderó de mi cuerpo y doy por hecho que también del de Walter, las manos me comenzaron a sudar e incluso sentí que mi maltrecha pierna derecha emitía un pequeño traquetreo fruto de la tiritona que de momento no podía controlar. La Señorita Ruocco, en cambio, parecía tenerlo todo bajo control y quizá fue eso lo que consiguió tranquilizarme al menos un poquito.

Nada más quedar parados ante ellos, Karina señaló el símbolo que portaba en el frontal de su coche, imagen que en este caso además coincidía con la de uno de aquellos todoterreno. Una serie de palos verticales unidos por unas cuerdas que a su vez sujetaban una especie de hacha situada a su derecha. A los lados, tres letras, P.N.F. y en el fondo, los colores de la bandera azzurra. Esta vez señalar aquella pegatina del parabrisas, no fue suficiente.

-Hallo señorita ¿Dónde van?.- Preguntó con no muy buena cara el soldado que parecía dirigir el control de vigilancia.

- A Reutte, un pueblo a tan solo unos diez kilómetros de aquí.- respondió con convicción Karina.

Mientras el soldado preguntaba y miraba a través de la ventana con ayuda de su linterna, otros dos analizaban la matrícula del vehículo y la cotejaban en un bloc lleno de notas ilegibles desde la distancia; el soldado restante, que se encontraba apenas unos cinco metros por delante de nosotros, simplemente sujetaba una cadena llena de afilados pinchos con su mano izquierda, mientras en la derecha empuñaba su arma.

La linterna apuntó directamente a Walter durante un tiempo prolongado y éste no pudo aguantar sus destellos, lo que provocó que cerrará los ojos e intentase protegerse con su antebrazo, por suerte cubierto con una camisa y una manga de abrigo largo.

-Muéstreme su identificación, joven.- inquirió el oficial de las SS con contundencia.

Walter, nervioso, tardó en sacar del bolsillo el carnet que Karina había conseguido para él. Una vez fuera de la faltriquera, mi amigo extendió su mano fría agarrando el documento con dos dedos y  dejando entrever su nerviosismo reflejado en el tembleque de los mismos. El Nazi lo miró con detenimiento. Lo miró y remiró, se tomó su tiempo. Mientras tanto vi a Karina extraer del bolso su identificación suponiendo que el oficial se la pediría a la vez que me hacía un gesto señalándome que yo también debería sacar la mía. Yo sudaba cada vez más. Estaba más nervioso cada segundo. Tenía miedo de que me hicieran hablar. Aquel alemán seguramente no diferenciaría mi acento, pero la bandera italiana que se reflejaba tras ese símbolo fascista, hacía presagiar que estaba acabado en caso de tener que parlar en el idioma transalpino. Entregué mi pasaporte a la Señorita Ruocco, por un momento pensé que si el soldado nos pedía la documentación, sería mejor entregarle ambos documentos a la vez, así por un lado vería que eramos pareja y sobre todo que no teníamos nada que ocultar.

Uno de los soldados que miraba el libro se acerco al controlador principal para decirle algo al oído. Éste último apoyó su mano sobre el cristal, agarró con fuerza el documento de Walter colocándolo en vertical y tras golpear tres veces el cristal con él, dijo:

-Está bien, continúen su camino.- al tiempo que entregaba a Walter su pasaporte.

En menos de diez minutos, estábamos en aquel precioso pueblo casi solitario. Una vez más habíamos pasado en menos de lo que canta un gallo, del abismo al paraíso. El mal trago y los nervios vividos en aquel control, valieron la pena al llegar a Reutte y sabernos, al menos esa noche, a salvo.

-Bienvenidos a la "gran ciudad" de Reutte.- dijo con una preciosa sonrisa en la boca, esta vez sí, Karina.- Hemos llegado.

-Preciosa.- dije yo mientras le guiñaba un ojo.- y la "gran ciudad" también.

- Lo es.- afirmo ella.- Por cierto, hoy dormirán en la iglesia del pueblo, yo mientras tanto…

- Usted lo que puede hacer, querida esposa, es...- dije yo hasta que ella me interrumpió una vez más.

- No amigo, no, yo no dormiré con vosotros, estaré cerca, en esa casa de huéspedes que ven junto a la iglesia. Por la mañana, al amanecer, seguiremos el viaje. Tú dormirás con tu amiguito Walter… Aquí tenéis la cena.- dijo mientras extraía un cesto con viandas del maletero.- Os espero a las 6 en la puerta del templo.

-Sí. de acuerdo. Pero créame, no era eso lo que le iba a decir. -repliqué yo.- Simplemente quería hacerle ver que no ha puesto el freno de mano a su bonito carro, pero… ¿ha dicho “amigo”, “vosotros”, “tú”…? Vaya, vaya señorita Karina, a ver si es que va a tener corazón y todo… Buenas noches, muy buenas noches...- me despedí mientras Walter volvía a no poder reprimir su risa contagiosa.

La noche resultó placentera, reconfortante en aquel templo de cúpula rojiza. Antes de caer rendido y nadar entre sueños, le expuse a mi amigo la atracción que sentía por Karina a la que cada vez sentía más cercana y abierta, él en cambio, seguía desconfiando. 

Yo dormí en uno de los bancos de la iglesia el más cercano al altar, me apetecía despertar y ver esa maravillosa pintura en lo alto de la cúpula justo antes de poder ver a la bella Karina; Walter, en cambio, como si tuviera algún pecado que confesar, prefirió dormir apoyando su cabeza en el reposa pies del confesionario. 

A la mañana siguiente, a las seis en punto estábamos fuera de la iglesia. El coche de Karina ya no estaba allí, ni tampoco había rastro de ella. Los que sí nos esperaban en cambio, eran los dos todoterreno que el día anterior inspeccionaron nuestro vehículo en aquel control.

2018/04/06

WIR WÜNSCHEN: UNENDLICHKEIT - Capítulo 3: ZURÜCK ZUM HORROR

Temprano partimos sin saber a dónde. Karina Ruocco conducía una vez más aquel moderno y potente coche. Tuvimos que pasar dos puntos de control y en ambos los soldados se cuadraron nada más ver a la Señorita Ruocco y aquel distintivo en el frontal del parabrisas. 

Rasso se había despedido de nosotros tras almorzar deseándonos no la mejor de las suertes, sino la mejor de las justicias.

- En cuanto todo esto acabe, espero volver a verles por aquí y ojalá sea acompañados de mi primo y su familia.

-Dios quiera que así sea, Don Rasso.- Respondió Walter mientras le ofrecía su mano a modo de saludo.

- Gracias por todo de corazón amigo. Ha sido un honor. Resulta esperanzador ver que aún queda gente como usted, como toda su familia. Danke schon .- Me despedí yo. 

- Cuide de ellos, Karina. Nos vemos a su regreso. Auf wiedersehen

A lo que la bella muchacha respondió afirmativamente con un gesto, sin mediar palabra. Cogió las llaves del carro, un par de fotos que nos habían realizado a Walter y a mí el día anterior y una cesta llena de comida.

Una vez habíamos dejado la urbe atrás, comenzó a extenderse ante nosotros una gran llanura, tan solo rota por alguna que otra pequeña colina redondeada y coloreada por la gran cantidad de trigo que terminaba por abastecer a las abadías y fábricas cerveceras que rodeaban la ciudad. En una de ellas paramos tras haber recorrido unos 30 kilómetros dirección norte, justo al lado de un pueblo que según ponía en los carteles se llamaba Freising.

- No os mováis del coche.-Comentó Karina- no tardaré más de diez minutos.

- ¿No podemos acompañarla? puede que la echemos de menos si tarda más de lo esperado.- comenté yo en tono jocoso esperando una respuesta cómplice en la misma línea por parte de ella que jamás llegó.

- Ñaaa... es una posibilidad, pero va a ser que no. Mientras tanto pueden disfrutar del olor que desprende el primer mosto de la birra.

Despareció por la entrada más cercana a una chimenea alta de ladrillo naranja, mientras Walter me explicaba que nos encontrábamos en la que posiblemente era la cervecería más antigua del mundo. Una auténtica universidad de la cerveza, Weihenstephan

- Es guapa ¿eh? le dije a mi amigo.

- Sí lo que tú quieras, Vasco, pero yo aún no me fío de ella. -me dijo Walter- No sé de qué lado está. recuerda que ayer saludaba a todos esos criminales en las cervecerías, es conocida por todos en München y ni siquiera le paran en los controles.

Walter tenía razón en aquello que expresaba. Siempre tan negativo, sí, pero no nos quedaba otra opción, confiar en ella o... confiar en ella. Si la libertad verdaderamente no era un objetivo sino el camino, ésta tenía el nombre de Karina impreso en su ser. 

En menos tiempo del esperado, la Señorita Ruocco volvió al coche arrancó a la vez que nos lanzaba sin mirarnos siquiera, una tarjeta a cada uno. Ambas tenían las fotos que el día anterior nos realizaron en casa de Rasso.

- Bien Walter, como ve usted mantiene su nombre y apellido -dijó Karina mientras arrancaba el coche y ponía rumbo a quién sabe dónde-, incluso su lugar de nacimiento, Bayreuth. Don Alberto estaba convencido de que esta es la mejor opción para mantener su vida a salvo. Y usted... 

- ¡Epaaa! -interrumpí a la bella conductora-  ¿y este nombre? ¿alguien quiere declararse en este coche sin saber muy bien cómo y no somos ni Walter ni yo? 

- Pues como no sea el gato que llevo en el maletero por si reventamos una rueda no sé yo quién puede ser- lanzó con ironía la joven mirándome de reojo-. Dejesé de tonterías y escuche.

- Tutéenos- le reproché.

- Usted. como ve, será de Licusati a partir de ahora, provincia de Salerno.

- Sí eso veo, italiano, pero ¿y el nombre?- cuestioné con interés y una sonrisa un tanto socarrona.

- Su acento latino suponemos que podrá pasar desapercibido para los alemanes, no creemos que diferencien la entonación italiana de la española.

- Vasca- Soltó con una sonrisa Walter recordando las bromas que realizábamos junto a Alberto en el campo.

- Ya y el nom...

- Sí, ok. -interrumpió ella- usted será mi marido a ojos de los alemanes.

- Antonio Ruocco... ¿de verdad que no siente aunque sea un ligero sentimiento de cariño hacía mí? no sé ¿quizá algo así como lo que siente un perrillo hacía su amo?

- Más bien algo así como lo que siente un amo hacía su perrillo, sí... recuerde, usted es mi marido tan solo a los ojos de ellos, pero yo no soy su mujer.- expresó cortante una vez más.

- Está bien, está bien -me resigné-. por algo se empieza...

Tan solo entonces creí intuir el disimulo de una una pequeña sonrisa en el diminuto vibrar lateral de sus labios. 

Fue entonces cuando Walter provocó un retorno ipso facto a la más cruda realidad al leer en voz alta uno de los carteles que marcaban la salida de aquella vía rápida: 

- Dachau. 
El silencio se apoderó del momento a la vez que las imágenes comenzaron a pasar una tras otra en nuestra mente. Las torturas, los recuentos de nuevo, aquel olor terriblemente penetrante que partía de aquella chimenea al otro lado de la valla, de la enorme puerta que cada día más gente llegaba a traspasar en un una sola dirección sin vuelta atrás, sin retorno, el apilamiento en las literas, los gritos que llegaban desde la supuesta enfermería allá junto a las celdas para unos cuantos "elegidos". Y Borja Mari. Imaginarlo allí, abrazando a sus hijos como tan solo ocurría una vez al mes, era la peor y a la vez la mejor de las imágenes. Su único deseo mientras eramos compañeros de campo de concentración, su única ilusión era que llegará ese momento. Ojalá en ese mismo instante, allá adentro, se encontraran todo rodeados por los brazos del gran Wittelsbasch, aunque seguramente no. Él seguía adentro y si no llega a ser por Borja Mari, nosotros, Walter y yo, aún estaríamos presos en aquel infierno nazi. 

WIR WÜNSCHEN: UNENDLICHKEIT - Capítulo 2: MÜNCHEN

No había tiempo que perder. Ella nos estaba esperando ya en la cima de la colina, apoyada sobre la barra de protección desde la que poder ver la grandeza del olímpico Bávaro. Parecía tranquila, muy tranquila a pesar de estar jugándose su vida por nosotros. En seguida nos prestó ropa nueva para pasar desapercibidos, se presentó y nos guió hasta el vehículo que nos llevaría posiblemente al centro de Münich.

- Ich bin Karina Ruocco. Pónganse esta ropa sin llamar la atención y síganme. - Dijo con cierto acento italiano. 

Walter y yo asentimos. Nos vestimos rápido, un tanto avergonzados, eso sí, por la presencia de la Señorita Ruocco. Era bella, con una sonrisa cautivadora e infinitamente segura de sí misma. Prácticamente no hablaba pero daba la impresión de que su sola mirada decía tanto como pudiera ella expresar. Mientras descendíamos de la colina siguiendo sus pasos yo no podía dejar de mirarla. 

- Iremos en coche a Marienplatz hasta la residencia de Rasso, el primo de Alberto.

Que raro se me hacía escuchar ese nombre, Alberto, en el campamento nadie le llamaba así. Para la mayoría era Wittelsbach y para mí, que no sabía pronunciar aquel apellido alemán, ni me podía acordar de las cuatro palabras que componían su nombre compuesto, él era cariñosamente Borja Mari, el consentido del campo.

- ¿Marienplatz? eso está en el mismo centro de la ciudad ¿no será peligroso? nos pueden reconocer. -Expuso Walter un tanto preocupado.
- Sí, lo es. Así que no preguntes tanto y poneos las dos pelucas que tenéis en el maletero. 

Definitivamente ella no mostraba la más mínima preocupación. Una de dos, o le importábamos más bien poco o tenía todo tremendamente calculado y bajo control. Walter y yo nos pusimos aquellos pelos postizos y nos lanzamos una mirada cómplice que venía a significar algo así como: "dejémonos llevar, no tenemos otra alternativa. Cualquier cosa será mejor que retornar allí", para que finalmente Walter soltase lo que supongo que era una broma para quitar tensión al momento:

- Por cierto vasco despeinado, estás muy guapo -guiñándome un ojo. 
- ¡Tú tampoco estás nada mal, locaza! - le respondí siguiéndole el juego, a la vez que los dos entrabamos en la parte trasera del coche.
- No. Uno de vosotros ha de ponerse delante. No soy una taxista y haced el favor de peinaos con raya al costado, como mandan los canones, no quiero levantar sospechas.


Tenía lógica lo que Karina decía, así que en seguida me decidí a ser yo quien la acompañara

en la parte delantera del vehículo. Me limité a dejarme llevar, a disfrutar de todo aquello que podía ver a medida que nos adentrábamos en la ciudad. De un coliseo a otro. Las luces del Allianz Arena estaban apagadas ya cuando pasamos junto a él. Más adelante me sorprendió ver una edificación que parecía traída directamente de oriente. Como tantas otras veces, debí de ser bastante expresivo porque en seguida Walter me explicó que aquello se llamaba Chinesischer Turm y que estábamos en los llamados jardines ingleses.

- Es uno de los parques de ciudad más grandes del planeta. El pulmón verde de München. -Añadió Karina mostrando conocimientos y tranquilidad a la vez.

En seguida nos encontramos en el corazón de la capital Bavara. Increíble pero cierto, hacía tan solo unas horas, aquellos mismos militares para los que tan solo eramos un indeseado número, ahora nos saludaban al pasar junto a ellos en aquel carro conducido por aquella preciosa y aparentemente importante y poderosa mujer.

Paramos ante un edificio imponente, uno de los más elegantes en un entorno ya de por sí cuidado y majestuoso. No pasaron cinco segundos y un hombre, aparentemente el mayordomo del lugar, nos abrió el portón para que el coche pudiera traspasar la entrada y quedar aparcado en el precioso patio interior de aquella casa.

- Seguidme -dijo Karina-, Rasso nos estará esperando en su despacho.

Entramos en la vivienda y ascendimos dos de los tres pisos que completaban la misma. Walter miraba a izquierda y derecha, arriba y abajo, cada detalle, cada decorado del lugar, cada cual más exquisito y recargado que el anterior. Cuadros realistas, paredes pintadas con representaciones de estilo romántico, lámparas enormes bañadas en oro y muebles de madera tallada inundaban cada espacio de aquel lugar sin dar una sola opción al blanco y al negro, todo era color, lujo en aquel lugar. Mi amigo, boquiabierto y cuasicegado por lo que veía a su al rededor, tropezó con uno de los escalones denotando su sorpresa ante tanta opulencia; yo, la verdad, podría haber hecho lo mismo, pero no por el lugar y su decorado, sino por aquella mujer y sus curvas de las que no podía despegar mi mirada. 

- Guten morgen. Rasso, soy Rasso, primo de Don Alberto, aunque eso tan solo lo sabemos nosotros es mejor que sea un secreto, no creo que a muchos de los que custodian este edificio les haría gracia saberlo. 

Respondimos con respeto al saludo de aquel hombre elegante y espigado, que se encontraba en una sala de trabajo tan elegante o más que el resto del edificio. 

- La Señorita Ruocco les guiará hasta que puedan estar a salvo definitivamente. Hoy pasarán el día en la ciudad y dormirán en mi casa, mañana ya partirán lejos de aquí tal y como Don Alberto me indicó que deben hacer, mientras tanto compórtense con total naturalidad, tomen una ducha, límpiense, aféitense, no olviden llevar siempre tapado sus antebrazos y aparenten ser uno más. Willkommen.

Una ducha caliente, música para mis oídos. Con dificultad recordaba la última vez que me duche, como para recordar la última vez que lo hice con agua templada. Habíamos pasado de ser casi uno menos, a tener que aparentar ser uno más. 

- Les espero en la entrada del edificio. En cuanto acaben debemos salir a alternar en las distintas cervecerías de la ciudad. Hoy es festivo, día grande en la ciudad. -Comentó la Señorita.
- No nos trate de usted, Doña Karina. -Contesté intentando ser más cercano. -Y mil gracias por la ayuda y por poner en peligro su integridad por dos don nadies como nosotros.
- Acicálense, les espero abajo, no tenemos tiempo que perder. -fue su respuesta.

Desde luego aparentaba ser tan bella como cortante y dura ¿sería su propia forma de ser o una fachada expuesta por las circunstancias, por el momento que le había tocado vivir en medio de aquel infierno en el que ella parecía ser el único ángel? Daba igual, poco importaba. Lo cierto es que ese carácter la hacía más atractiva aún.
Llegada la noche, pasado un día entero lejos de aquel calvario, aún bajo la influencia de las cinco cervezas, la tripa llena y el cansancio acumulado creo que ni Walter ni yo sabíamos muy bien si lo vivido a lo largo de esas últimas horas, era un sueño o realidad. 

Atrás quedaban la Urböck en Hofbrauhaus¨, las Weissbier en Der Pschorr y Augustiner Keller, incluso aquella insulsa helle en Paulaner o la dunkel en Scheneider Weisses Brauhaus; los brezel con y sin queso, el schnitzel y sobre todo un plan trazado, al menos aparentemente a la perfección, por nuestro gran amigo Borja Mari Wittelsbach y genialmente ejecutado por algún sobornado soldado y aquella preciosa Karina Ruocco.

2018/04/05

WIR WÜNSCHEN: UNENDLICHKEIT - Capítulo 1: RIGA

Al fin escapábamos. De una vez por todas traspasábamos las redes de aquellas vallas que nos tenían presos durante largos, fríos y desapacibles meses. Dejábamos atrás la rutina de días fríos y duros y entre otros, también a nuestro amigo Wittelsbach. Él había preferido seguir unido a su familia, comprensible, a pesar de ser el que seguramente físicamente mejor se encontraba de todos, gracias a ciertas concesiones, que no privilegios, recibidos en el campo por ser tan solo en origen, "uno de los suyos".

Walter era quien marcaba el camino, pues a pesar del tiempo transcurrido y la oscuridad, que ejercía a la vez de dificultad y aliada, sabía cual era la dirección a seguir, yo tan solo le seguía y giraba de vez en cuando la cabeza hacia atrás para ver si alguien se había percatado de nuestra huida y al mismo tiempo así, veía empequeñecer en la distancia las luces que partían de las torres de vigilancia de aquel presidio y pseudocementerio. Miradas, gestos provocados por una especie de síndrome de Estocolmo.

Teníamos ante nosotros unas tres horas antes de que amaneciera para llegar a la ciudad, para realizar unos 14 kilómetros y encontrarnos con la salvación en lo alto del olímpico de Münich. Tiempo más que suficiente para sentir de nuevo la alegría, el bienestar, de sentirnos libres de una vez por todas. 

En el trayecto, miles de imágenes venían a mi cabeza de lo vivido allí dentro. Seguía andando, sin reparar en nada, tan solo seguir los pasos que mi amigo Walter dictaba mientras veía ante mí las filas perfectas de cada mañana al realizar el recuento, los cientos de cabezas rapadas que a pesar de los pesares tan solo ciertos días perdían la sonrisa para animar y saludar a compañeros que sabían se necesitaban unos a otros o simplemente mi sueño de la noche anterior en el que paseaba junto a la libertad por Riga, en aquel tunelcito esta vez sin música pero más solitario y a la vez más acompañado que unos meses atrás, con esa bici apoyada en la pared que parecía hacernos querer recordar lo vintage, lo único de esa urbe del Báltico. Adoquín tras adoquín, recorriamos la ciudad agarrados de la mano transmitiendo calor mutuo ayudándonos a esquivar el frío que emanaban las aguas del río Dviná y admirando por primera vez gracias a ella un puente de colores en medio de la oscuridad. 

- ¡Eh! ¡Ya estamos Vasco! ¡espabila mein Freund que lo tenemos en nuestras manos, ante nuestros ojos! ¿lo ves? - me dijo Walter señalándome con la mano una pequeña colina que se alzaba frente a nosotros.
Miré hacia el frente, dejé a un lado mis sueños letones y le dije, la verdad:
- Solo veo un montículo, nada más...
- Eso es amigo, tras esa montaña se encuentra el estadio, nuestro punto de encuentro.

A pesar del cansancio, del hambre y de la fragilidad que presidían nuestro propio ser, corrimos. El verde se dejaba ya ver con los primeros rayos de sol. Una grama perfecta tan solo entrecortada por pequeños caminos que se abrían paso entre los montones de hierva curvilíneos. Era el último muro a superar. Tras esa montaña se encontraba ella definitivamente, la libertad, escondida junto a aquel coliseo camuflado entre la nada, entre el todo.

2018/04/04

BEHOBIA 2017

Ia bost hilabete pasa eta gero hemen jarraitzen dut nire Behobia pertsonala eta besterenezina egiten. Kronoa aspaldi gelditu nuen, 1:43:41, denbora ordea aurrera darrai, 4 hilabete, 24 egun, ordu bat, 5 minutu eta segundu bat, bi, hiru, lau, bost... gelditu nahi dut eta oraingoz ezin.

Lehenengo 10km hegan egiteko, ametsa egi bihurtzeko inoiz baino gertuago; baina 2017.eko Behobia oraindik bukatu ez bada, agian azaroaren 12an hasi ez zelako ere bada. Hondarribin, Donibane Lohitzuneko 20.km hartan abiatu omen nintzen Donostiako Boulervard-era, Arraguan bertan entranamenduan jarraitu, Beraungo atletismo pistan segitu eta berriz ere etxe parean, erbia bere "1:40:00" pankartarekin bat, urrutiratzen ikusi nuen arte, hatzamar puntekin ukitu omen nuen arte. Auskalo inoiz ikusiko ote dudan berriz ere...

Eta orain hemen, entrenamendu espezifikoak hasi nituen leku honetatik, Haldengo etxe goxo zein arrotz honetako sofatik, begirada era berean atzera eta aurrera botatzen dut ezer argi ikusi gabe. Agian aurrez-aurre dudan argia izan daiteke argitasun falta eragiten didana. Horregatik argiari helduko diot eta baita lepotik heldu ere berriz ere amets, helburu, proiektu, agian egi bihurtzeko, 2018.eko Behobiarako izen emateak orain dela 5 minutu eta segundu bat, bi, hiru, lau, bost... ireki dira eta.

2018/04/03

EL FARO DEL SILENCIO

Resultado de imagen de el faro del silencio

"... Una de esas personas que han nacido para sentirse mártires, para quejarse continuamente de la vida les ha tocado vivir sin hacer nada real para cambiarla..."
"...Essaouira..."