2018/04/06

WIR WÜNSCHEN: UNENDLICHKEIT - Capítulo 2: MÜNCHEN

No había tiempo que perder. Ella nos estaba esperando ya en la cima de la colina, apoyada sobre la barra de protección desde la que poder ver la grandeza del olímpico Bávaro. Parecía tranquila, muy tranquila a pesar de estar jugándose su vida por nosotros. En seguida nos prestó ropa nueva para pasar desapercibidos, se presentó y nos guió hasta el vehículo que nos llevaría posiblemente al centro de Münich.

- Ich bin Karina Ruocco. Pónganse esta ropa sin llamar la atención y síganme. - Dijo con cierto acento italiano. 

Walter y yo asentimos. Nos vestimos rápido, un tanto avergonzados, eso sí, por la presencia de la Señorita Ruocco. Era bella, con una sonrisa cautivadora e infinitamente segura de sí misma. Prácticamente no hablaba pero daba la impresión de que su sola mirada decía tanto como pudiera ella expresar. Mientras descendíamos de la colina siguiendo sus pasos yo no podía dejar de mirarla. 

- Iremos en coche a Marienplatz hasta la residencia de Rasso, el primo de Alberto.

Que raro se me hacía escuchar ese nombre, Alberto, en el campamento nadie le llamaba así. Para la mayoría era Wittelsbach y para mí, que no sabía pronunciar aquel apellido alemán, ni me podía acordar de las cuatro palabras que componían su nombre compuesto, él era cariñosamente Borja Mari, el consentido del campo.

- ¿Marienplatz? eso está en el mismo centro de la ciudad ¿no será peligroso? nos pueden reconocer. -Expuso Walter un tanto preocupado.
- Sí, lo es. Así que no preguntes tanto y poneos las dos pelucas que tenéis en el maletero. 

Definitivamente ella no mostraba la más mínima preocupación. Una de dos, o le importábamos más bien poco o tenía todo tremendamente calculado y bajo control. Walter y yo nos pusimos aquellos pelos postizos y nos lanzamos una mirada cómplice que venía a significar algo así como: "dejémonos llevar, no tenemos otra alternativa. Cualquier cosa será mejor que retornar allí", para que finalmente Walter soltase lo que supongo que era una broma para quitar tensión al momento:

- Por cierto vasco despeinado, estás muy guapo -guiñándome un ojo. 
- ¡Tú tampoco estás nada mal, locaza! - le respondí siguiéndole el juego, a la vez que los dos entrabamos en la parte trasera del coche.
- No. Uno de vosotros ha de ponerse delante. No soy una taxista y haced el favor de peinaos con raya al costado, como mandan los canones, no quiero levantar sospechas.


Tenía lógica lo que Karina decía, así que en seguida me decidí a ser yo quien la acompañara

en la parte delantera del vehículo. Me limité a dejarme llevar, a disfrutar de todo aquello que podía ver a medida que nos adentrábamos en la ciudad. De un coliseo a otro. Las luces del Allianz Arena estaban apagadas ya cuando pasamos junto a él. Más adelante me sorprendió ver una edificación que parecía traída directamente de oriente. Como tantas otras veces, debí de ser bastante expresivo porque en seguida Walter me explicó que aquello se llamaba Chinesischer Turm y que estábamos en los llamados jardines ingleses.

- Es uno de los parques de ciudad más grandes del planeta. El pulmón verde de München. -Añadió Karina mostrando conocimientos y tranquilidad a la vez.

En seguida nos encontramos en el corazón de la capital Bavara. Increíble pero cierto, hacía tan solo unas horas, aquellos mismos militares para los que tan solo eramos un indeseado número, ahora nos saludaban al pasar junto a ellos en aquel carro conducido por aquella preciosa y aparentemente importante y poderosa mujer.

Paramos ante un edificio imponente, uno de los más elegantes en un entorno ya de por sí cuidado y majestuoso. No pasaron cinco segundos y un hombre, aparentemente el mayordomo del lugar, nos abrió el portón para que el coche pudiera traspasar la entrada y quedar aparcado en el precioso patio interior de aquella casa.

- Seguidme -dijo Karina-, Rasso nos estará esperando en su despacho.

Entramos en la vivienda y ascendimos dos de los tres pisos que completaban la misma. Walter miraba a izquierda y derecha, arriba y abajo, cada detalle, cada decorado del lugar, cada cual más exquisito y recargado que el anterior. Cuadros realistas, paredes pintadas con representaciones de estilo romántico, lámparas enormes bañadas en oro y muebles de madera tallada inundaban cada espacio de aquel lugar sin dar una sola opción al blanco y al negro, todo era color, lujo en aquel lugar. Mi amigo, boquiabierto y cuasicegado por lo que veía a su al rededor, tropezó con uno de los escalones denotando su sorpresa ante tanta opulencia; yo, la verdad, podría haber hecho lo mismo, pero no por el lugar y su decorado, sino por aquella mujer y sus curvas de las que no podía despegar mi mirada. 

- Guten morgen. Rasso, soy Rasso, primo de Don Alberto, aunque eso tan solo lo sabemos nosotros es mejor que sea un secreto, no creo que a muchos de los que custodian este edificio les haría gracia saberlo. 

Respondimos con respeto al saludo de aquel hombre elegante y espigado, que se encontraba en una sala de trabajo tan elegante o más que el resto del edificio. 

- La Señorita Ruocco les guiará hasta que puedan estar a salvo definitivamente. Hoy pasarán el día en la ciudad y dormirán en mi casa, mañana ya partirán lejos de aquí tal y como Don Alberto me indicó que deben hacer, mientras tanto compórtense con total naturalidad, tomen una ducha, límpiense, aféitense, no olviden llevar siempre tapado sus antebrazos y aparenten ser uno más. Willkommen.

Una ducha caliente, música para mis oídos. Con dificultad recordaba la última vez que me duche, como para recordar la última vez que lo hice con agua templada. Habíamos pasado de ser casi uno menos, a tener que aparentar ser uno más. 

- Les espero en la entrada del edificio. En cuanto acaben debemos salir a alternar en las distintas cervecerías de la ciudad. Hoy es festivo, día grande en la ciudad. -Comentó la Señorita.
- No nos trate de usted, Doña Karina. -Contesté intentando ser más cercano. -Y mil gracias por la ayuda y por poner en peligro su integridad por dos don nadies como nosotros.
- Acicálense, les espero abajo, no tenemos tiempo que perder. -fue su respuesta.

Desde luego aparentaba ser tan bella como cortante y dura ¿sería su propia forma de ser o una fachada expuesta por las circunstancias, por el momento que le había tocado vivir en medio de aquel infierno en el que ella parecía ser el único ángel? Daba igual, poco importaba. Lo cierto es que ese carácter la hacía más atractiva aún.
Llegada la noche, pasado un día entero lejos de aquel calvario, aún bajo la influencia de las cinco cervezas, la tripa llena y el cansancio acumulado creo que ni Walter ni yo sabíamos muy bien si lo vivido a lo largo de esas últimas horas, era un sueño o realidad. 

Atrás quedaban la Urböck en Hofbrauhaus¨, las Weissbier en Der Pschorr y Augustiner Keller, incluso aquella insulsa helle en Paulaner o la dunkel en Scheneider Weisses Brauhaus; los brezel con y sin queso, el schnitzel y sobre todo un plan trazado, al menos aparentemente a la perfección, por nuestro gran amigo Borja Mari Wittelsbach y genialmente ejecutado por algún sobornado soldado y aquella preciosa Karina Ruocco.

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