2018/04/06

WIR WÜNSCHEN: UNENDLICHKEIT - Capítulo 3: ZURÜCK ZUM HORROR

Temprano partimos sin saber a dónde. Karina Ruocco conducía una vez más aquel moderno y potente coche. Tuvimos que pasar dos puntos de control y en ambos los soldados se cuadraron nada más ver a la Señorita Ruocco y aquel distintivo en el frontal del parabrisas. 

Rasso se había despedido de nosotros tras almorzar deseándonos no la mejor de las suertes, sino la mejor de las justicias.

- En cuanto todo esto acabe, espero volver a verles por aquí y ojalá sea acompañados de mi primo y su familia.

-Dios quiera que así sea, Don Rasso.- Respondió Walter mientras le ofrecía su mano a modo de saludo.

- Gracias por todo de corazón amigo. Ha sido un honor. Resulta esperanzador ver que aún queda gente como usted, como toda su familia. Danke schon .- Me despedí yo. 

- Cuide de ellos, Karina. Nos vemos a su regreso. Auf wiedersehen

A lo que la bella muchacha respondió afirmativamente con un gesto, sin mediar palabra. Cogió las llaves del carro, un par de fotos que nos habían realizado a Walter y a mí el día anterior y una cesta llena de comida.

Una vez habíamos dejado la urbe atrás, comenzó a extenderse ante nosotros una gran llanura, tan solo rota por alguna que otra pequeña colina redondeada y coloreada por la gran cantidad de trigo que terminaba por abastecer a las abadías y fábricas cerveceras que rodeaban la ciudad. En una de ellas paramos tras haber recorrido unos 30 kilómetros dirección norte, justo al lado de un pueblo que según ponía en los carteles se llamaba Freising.

- No os mováis del coche.-Comentó Karina- no tardaré más de diez minutos.

- ¿No podemos acompañarla? puede que la echemos de menos si tarda más de lo esperado.- comenté yo en tono jocoso esperando una respuesta cómplice en la misma línea por parte de ella que jamás llegó.

- Ñaaa... es una posibilidad, pero va a ser que no. Mientras tanto pueden disfrutar del olor que desprende el primer mosto de la birra.

Despareció por la entrada más cercana a una chimenea alta de ladrillo naranja, mientras Walter me explicaba que nos encontrábamos en la que posiblemente era la cervecería más antigua del mundo. Una auténtica universidad de la cerveza, Weihenstephan

- Es guapa ¿eh? le dije a mi amigo.

- Sí lo que tú quieras, Vasco, pero yo aún no me fío de ella. -me dijo Walter- No sé de qué lado está. recuerda que ayer saludaba a todos esos criminales en las cervecerías, es conocida por todos en München y ni siquiera le paran en los controles.

Walter tenía razón en aquello que expresaba. Siempre tan negativo, sí, pero no nos quedaba otra opción, confiar en ella o... confiar en ella. Si la libertad verdaderamente no era un objetivo sino el camino, ésta tenía el nombre de Karina impreso en su ser. 

En menos tiempo del esperado, la Señorita Ruocco volvió al coche arrancó a la vez que nos lanzaba sin mirarnos siquiera, una tarjeta a cada uno. Ambas tenían las fotos que el día anterior nos realizaron en casa de Rasso.

- Bien Walter, como ve usted mantiene su nombre y apellido -dijó Karina mientras arrancaba el coche y ponía rumbo a quién sabe dónde-, incluso su lugar de nacimiento, Bayreuth. Don Alberto estaba convencido de que esta es la mejor opción para mantener su vida a salvo. Y usted... 

- ¡Epaaa! -interrumpí a la bella conductora-  ¿y este nombre? ¿alguien quiere declararse en este coche sin saber muy bien cómo y no somos ni Walter ni yo? 

- Pues como no sea el gato que llevo en el maletero por si reventamos una rueda no sé yo quién puede ser- lanzó con ironía la joven mirándome de reojo-. Dejesé de tonterías y escuche.

- Tutéenos- le reproché.

- Usted. como ve, será de Licusati a partir de ahora, provincia de Salerno.

- Sí eso veo, italiano, pero ¿y el nombre?- cuestioné con interés y una sonrisa un tanto socarrona.

- Su acento latino suponemos que podrá pasar desapercibido para los alemanes, no creemos que diferencien la entonación italiana de la española.

- Vasca- Soltó con una sonrisa Walter recordando las bromas que realizábamos junto a Alberto en el campo.

- Ya y el nom...

- Sí, ok. -interrumpió ella- usted será mi marido a ojos de los alemanes.

- Antonio Ruocco... ¿de verdad que no siente aunque sea un ligero sentimiento de cariño hacía mí? no sé ¿quizá algo así como lo que siente un perrillo hacía su amo?

- Más bien algo así como lo que siente un amo hacía su perrillo, sí... recuerde, usted es mi marido tan solo a los ojos de ellos, pero yo no soy su mujer.- expresó cortante una vez más.

- Está bien, está bien -me resigné-. por algo se empieza...

Tan solo entonces creí intuir el disimulo de una una pequeña sonrisa en el diminuto vibrar lateral de sus labios. 

Fue entonces cuando Walter provocó un retorno ipso facto a la más cruda realidad al leer en voz alta uno de los carteles que marcaban la salida de aquella vía rápida: 

- Dachau. 
El silencio se apoderó del momento a la vez que las imágenes comenzaron a pasar una tras otra en nuestra mente. Las torturas, los recuentos de nuevo, aquel olor terriblemente penetrante que partía de aquella chimenea al otro lado de la valla, de la enorme puerta que cada día más gente llegaba a traspasar en un una sola dirección sin vuelta atrás, sin retorno, el apilamiento en las literas, los gritos que llegaban desde la supuesta enfermería allá junto a las celdas para unos cuantos "elegidos". Y Borja Mari. Imaginarlo allí, abrazando a sus hijos como tan solo ocurría una vez al mes, era la peor y a la vez la mejor de las imágenes. Su único deseo mientras eramos compañeros de campo de concentración, su única ilusión era que llegará ese momento. Ojalá en ese mismo instante, allá adentro, se encontraran todo rodeados por los brazos del gran Wittelsbasch, aunque seguramente no. Él seguía adentro y si no llega a ser por Borja Mari, nosotros, Walter y yo, aún estaríamos presos en aquel infierno nazi. 

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