Dachau esta vez resultó ser un recuerdo nada más.
Afortunadamente nuestro camino continuaba, tan solo fue un cartel y un pueblo a
lo lejos que aparentaba normalidad. Nada más lejos de la realidad. El silencio se prolongó por kilómetros durante un largo tiempo
en el que nadie quiso siquiera abrir la boca, hasta que me propuse cambiar la
dinámica que había adquirido la ruta y saber algo más de ella.
-Y bien Señorita Ruocco, diganos ¿Quién es Karina?-
Pregunté.
- ¿La persona de la que ahora mismo depende
su vida?- contestó con ironía una vez más.
- ¡Vaya! ¡Debo de estar en racha! primero me espera en una
montaña mágica con una sonrisa preciosa, la única que le he visto hasta ahora,
pero preciosa, después me ofrece cobijo en una de las mejores viviendas de
Münich, ejerce de inigualable guía turística, me muestra la más selecta comida bávara regada con
las mejores cervezas del mundo, me obliga a casarme con usted y encima ahora se
presenta como mi propia vida…
Karina, con la mirada fijada en la carretera nada más, mantuvo su línea
diciendo:
- Exacto, tiene usted mucha suerte, que no justicia de momento,
que es lo que me encomendó que tuviera
Rasso Wittelsbach
- Guapa, inteligente, segura de sí misma, poderosa, más que
interesante y además luchadora en pos de la justicia… ¿Por qué?
- ¿Por qué, qué?- cuestionó a la pregunta que le realicé.
- Que por qué pudiendo vivir cómodamente en una mansión, con
un coche al que muy pocos pueden acceder en la ciudad más importante
actualmente de Alemanía, decide ayudar a dos personas que no tienen
ningún valor actuando en contra de ese escudo que porta en el parabrisas.
Walter en este caso fue directo. Era de esas personas que hablaba poco, pero
cuando abría la boca lo hacía porque verdaderamente tenía algo importante que
decir.
- Creo que bastante tienen con preocuparse de ustedes mismos
como para preocuparse por mí, por mi seguridad y por mis razones para estar aquí y ahora
con ustedes.
No iba a ser fácil. Parecía claro que aquella joven y bella
señorita cubierta en una máscara de ironía y seguridad, no iba a mostrarnos
de manera sencilla quién era realmente. Aún así insistí.
-Es usted ahora mi esposa, si los soldados de las SS nos
paran en algún control tendré que saber qué contestar-. Insinúe.
- ¡Error una vez más! Es usted mi marido no yo su
esposa, así que mejor estese calladito, ya seré yo quién responda por usted si es necesario. De todos modos ¿creen ustedes que han de
saber más de mí que yo de ustedes? ¿Acaso yo aparento ser más peligrosa que dos
hombres que huyen de un campo de concentración en el que han estado recluidos hasta anteayer?
Háblenme si quieren de ustedes y si no, mejor están calladitos en lo que dure
nuestro viaje a la frontera entre Bavaria y el Tyrol.
Giré mi cabeza hacía Walter e intercambiamos una de esas
miradas cómplices en las que ambos, con solo mirarnos, nos entendíamos. El
Tyrol. Las preguntas no sirvieron para saber más acerca de aquella misteriosa
mujer, pero al menos conseguimos conocer cuál era nuestro destino y no sonaba
mal del todo. No quise detener la conversación en ese punto, una vez que
supimos que Karina al menos hablaba si se le daba conversación, así que continúe
tirando del hilo que ella misma había lanzado.
- Mi único pecado para acabar con mis huesos en Dachau, fue no
querer utilizar la violencia-. Dije.
- Espera empieza por el principio-. Interrumpió ella- ¿Quién
es? ¿Cómo se llama? ¿De dónde es?
- Antonio Ruocco de Licusati, Salerno, Italia, debería saberlo, soy su marido-. Respondí utilizando el mismo tono irónico que ella
utilizaba añadiéndole, eso sí, una sonrisa pícara de la que ella no hacía
gala.
Esta vez al menos sí giró la
cabeza y conseguí que su mirada se cruzase durante unos segundos con
la mía, posiblemente los mejores segundos en mucho, mucho, mucho tiempo.
-Dejémoslo en que Walter y los otros me llaman El Vasco,
tengo aproximadamente su edad y ahora soy su esposo a pesar de la desagradable
imagen que ejerce en mí esta horrible peluca-. Añadí.
- Supongo que lo de El Vasco es por su origen-. Prosiguió
con interés Karina.
- No se equivoca;. Por lo que veo, está usted muy interesada…
y recuerde que puede tutearnos.- Insistí.
Creía que de ese modo todo podía ser
más cercano y ello podría ayudarnos a descubrir de un modo más sencillo quién
era ella y quizá, quién sabe, romper poquito a poco aquella coraza en la que se
envolvía la señorita Ruocco y penetrar, un poquito al menos, en su corazón.
- ¿Me va a decir por qué acabó en Dachau? ¿Es usted judío?
¿Gitano? ¿Homosexual?-. insistió una vez más la joven.
- Se lo he dicho, por no querer utilizar la violencia. Me
interesa más si Dios cree en mí que lo que yo pueda creer en él, podría ser
gitano por mi apellido, pero si lo soy nadie me lo ha comunicado nunca y si
fuese gay, tras conocerla, cualquier atisbo de homosexualidad
quedaría eliminado de por vida.
- De acuerdo. Entiendo. Así que hasta ayer al menos usted era
gay-. Comentó la chica mientras giraba el rabillo del ojo para ver
la reacción de su copiloto mientras sonreía por fin.
Walter no pudo evitar una carcajada y me golpeó con disimulo
el hombro derecho, el más alejado a la señorita, delatándose seguidor del
irónico humor de la bella Karina.
-¡Eh! ¡Eso ha sido una sonrisa! ¡Yo lo he visto! ¡Sí!
Añadamos a todo lo bueno que se puede decir de usted el humor inteligente… Pero
no, no, se confunde tampoco anteayer era gay, simplemente cuando las tropas del
Caudillo Franco penetraron en mi tierra y la dictadura del de Ferrol no parecía
tener marcha atrás, decidí escapar y refugiarme en Francia. La casa de mi padre
está a escasos 500 metros de la frontera, no fue difícil pasar a l´otre coté. Con tan mala suerte…-
continúe- que viviendo ya en tierras galas y cuando estaba a punto de regresar a
mi país, el ejército nazi penetró en Francia como es sabido. Quisieron que
formase parte de la "conquista". Me negué. Participé en un acto en contra de la
imposición Nacionalsocialista y es cuando acabé preso en manos de esos
monstruos ¿Qué le parece?
- Interesante.- es lo único que se aventuró a decir.
-Le toca bella ragazza. Es su turno.-. Apuntillé intentando sonsacar algo de información a la atractiva y misteriosa.
- Interesante.- es lo único que se aventuró a decir.
-Le toca bella ragazza. Es su turno.-. Apuntillé intentando sonsacar algo de información a la atractiva y misteriosa.
- ¿Y usted? Porque usted es alemán ¿Cómo acabó en Dachau?.- se dirigió esta vez a mi amigo sin reparar en mis peticiones. Un nuevo intento valdío por descubrir más acerca de Karina.
Walter tardó en responder, pero ante la insistente mirada de
la Señorita Ruocco por el retrovisor no tuvo más remedio que dar explicaciones.
-Nunca me mostré partidario del ideario nazi, eso es
suficiente para ser considerado un enemigo y quedar en el punto de mira de esos
asesinos. Ser amigo de un biólogo perturbado hizo el resto para acabar preso.- expuso sin querer dar más detalles.
- Los biólogos están muy valorados entre los nazis.- expuso
ella.
- Y los perturbados también...- Añadí yo con sorna.
Lo cierto es que en los meses que estuvimos en Dachau nunca
había sabido la razón por la que Walter estaba allí dentro hasta tres días
antes de escapar, hasta que se precipitó la huida y Alberto impulsó aquel plan
que de momento marchaba según lo previsto. Lo cierto es que ni siquiera entonces me importaba demasiado. El hecho de estar simplemente allí dentro, a pesar de las posibles diferencias, ya nos convertía en iguales.

Fue entonces cuando en una zona sombría, boscosa, nada más pasar una curva
de herradura, pudimos verlos. Dos coches de montaña, con cuatro soldados, dos a
cada lado. Un nuevo control de las SS. El calor se apoderó de mi cuerpo y doy
por hecho que también del de Walter, las manos me comenzaron a sudar e
incluso sentí que mi maltrecha pierna derecha emitía un pequeño traquetreo
fruto de la tiritona que de momento no podía controlar. La Señorita Ruocco, en cambio, parecía tenerlo todo bajo control y quizá fue eso lo que consiguió tranquilizarme al menos un
poquito.
Nada más quedar parados ante ellos, Karina señaló el símbolo
que portaba en el frontal de su coche, imagen que en este caso además coincidía
con la de uno de aquellos todoterreno. Una serie de palos verticales unidos por
unas cuerdas que a su vez sujetaban una especie de hacha situada a su derecha.
A los lados, tres letras, P.N.F. y en el fondo, los colores de la bandera azzurra.
Esta vez señalar aquella pegatina del parabrisas, no fue suficiente.
-Hallo señorita
¿Dónde van?.- Preguntó con no muy buena cara el soldado que parecía dirigir el
control de vigilancia.
- A Reutte, un pueblo a tan solo unos diez kilómetros de
aquí.- respondió con convicción Karina.
Mientras el soldado preguntaba y miraba a través de la
ventana con ayuda de su linterna, otros dos analizaban la matrícula del vehículo y
la cotejaban en un bloc lleno de notas ilegibles desde la distancia; el soldado
restante, que se encontraba apenas unos cinco metros por delante de nosotros, simplemente
sujetaba una cadena llena de afilados pinchos con su mano izquierda, mientras en
la derecha empuñaba su arma.
La linterna apuntó directamente a Walter durante un tiempo
prolongado y éste no pudo aguantar sus destellos, lo que provocó que cerrará los
ojos e intentase protegerse con su antebrazo, por suerte cubierto con una
camisa y una manga de abrigo largo.
-Muéstreme su identificación, joven.- inquirió el oficial de
las SS con contundencia.
Walter, nervioso, tardó en sacar del bolsillo el carnet que
Karina había conseguido para él. Una vez fuera de la faltriquera, mi amigo extendió
su mano fría agarrando el documento con dos dedos y dejando entrever su nerviosismo reflejado en
el tembleque de los mismos. El Nazi lo miró con detenimiento. Lo miró y remiró, se tomó su tiempo. Mientras tanto vi a Karina extraer del bolso su identificación suponiendo que el oficial se la pediría a la vez que me hacía un gesto señalándome que yo también debería sacar la mía. Yo sudaba cada vez más. Estaba más nervioso cada segundo. Tenía miedo de que me hicieran hablar. Aquel alemán
seguramente no diferenciaría mi acento, pero la bandera italiana
que se reflejaba tras ese símbolo fascista, hacía presagiar que estaba acabado en caso de
tener que parlar en el idioma
transalpino. Entregué mi pasaporte a la Señorita Ruocco, por un momento pensé que si el soldado nos pedía la documentación, sería mejor entregarle ambos documentos a la vez, así por un lado vería que eramos pareja y sobre todo que no teníamos nada que ocultar.
Uno de los soldados que miraba el libro se acerco al
controlador principal para decirle algo al oído. Éste último apoyó su mano
sobre el cristal, agarró con fuerza el documento de Walter colocándolo en
vertical y tras golpear tres veces el cristal con él, dijo:
-Está bien, continúen su camino.- al tiempo que entregaba a
Walter su pasaporte.
En menos de diez minutos, estábamos en aquel precioso pueblo
casi solitario. Una vez más habíamos pasado en menos de lo que canta un gallo, del abismo al paraíso. El mal trago y los nervios vividos en aquel control, valieron la pena al llegar
a Reutte y sabernos, al menos esa noche, a salvo.
-Bienvenidos a la "gran ciudad" de Reutte.- dijo con una preciosa sonrisa en la
boca, esta vez sí, Karina.- Hemos llegado.
-Preciosa.- dije yo mientras le guiñaba un ojo.- y la "gran ciudad" también.
- Lo es.- afirmo ella.- Por cierto, hoy dormirán en la iglesia del
pueblo, yo mientras tanto…
- Usted lo que puede hacer, querida esposa, es...- dije yo hasta que ella me
interrumpió una vez más.

-Sí. de acuerdo. Pero créame, no era eso lo que le iba a decir. -repliqué yo.-
Simplemente quería hacerle ver que no ha puesto el freno de mano a su bonito carro, pero…
¿ha dicho “amigo”, “vosotros”, “tú”…? Vaya, vaya señorita Karina, a ver si es que va a tener corazón y todo… Buenas
noches, muy buenas noches...- me despedí mientras Walter volvía a no poder
reprimir su risa contagiosa.
La noche resultó placentera, reconfortante en aquel templo de cúpula rojiza. Antes de caer rendido y nadar entre sueños, le expuse a mi amigo la atracción que sentía por Karina a la que cada vez sentía más cercana y abierta, él en cambio, seguía desconfiando.
Yo dormí en uno de los bancos de la iglesia el más cercano al altar, me apetecía despertar y ver esa maravillosa pintura en lo alto de la cúpula justo antes de poder ver a la bella Karina; Walter, en cambio, como si tuviera algún pecado que confesar, prefirió dormir apoyando su cabeza en el reposa pies del confesionario.
A la mañana siguiente, a las seis en punto estábamos fuera de
la iglesia. El coche de Karina ya no estaba allí, ni tampoco había rastro de ella. Los que sí nos esperaban en cambio, eran los dos todoterreno que el día anterior inspeccionaron nuestro vehículo en aquel control.
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