2018/04/08

WIR WÜNSCHEN: UNENDLICHKEIT - Capítulo 5: FUSSEN

No podía ver nada, tenía los ojos tapados y las manos y los pies atados con unas cuerdas que a su vez, parecían estar conectadas entre sí.  Tan solo podía oír las voces de aquellos soldados alemanes y el ruido que desprendía el motor de aquel potente todoterreno. Walter no estaba allí conmigo y di por hecho que a él lo llevaban en el otro carro, el de bandera italiana.

Los soldados no nos trataron mal, ni siquiera al detenernos cuando tuvieron que ejercer cierta fuerza a la escasa resistencia que opusimos para poder dejarnos inmovilizados y sin visión. Desde el principio nos dijeron que seriamos libres si colaborábamos con ellos, pero lo cierto es que yo de camino a donde quiera que fuéramos, me temía una vez más lo peor. 

El coche redujo su velocidad hasta llegar a pararse por completo, sentí por el frío que la ventana se abría permitiéndome escuchar primero una nueva voz externa y después el sonido de unas puertas abriéndose ante nosotros justo antes de que el coche volviera a avanzar unos metros.

-Hemos llegado, quítale la venda de los ojos. Ya puede ver dónde estamos, eso sí, las manos y los pies que sigan atados hasta que pueda realizar la tarea.

Mientras notaba como las manos se acercaban a mi cabeza y comenzaban a aflojar aquella especie de antifaz, tan solo deseaba no encontrarme de nuevo en un campo de concentración. Se me hizo eterno aquel tiempo que estuve dentro del vehículo todo terreno, pero desde luego no había dado tiempo ni mucho menos para retornar a Dachau. 

Cuando al fin mis ojos quedaron al descubierto, miré a través de los cristales y pude ver como Walter se encontraba también allí, descendiendo del otro coche. Una nueva mirada cómplice reconfortó mínimamente mi estado a pesar de la incertidumbre que suponía estar en aquel lugar desconocido.

Nos condujeron a ambos a una sala solitaria y en el trayecto hasta llegar a ella, parecía evidente que no nos encontrábamos en nada parecido a Dachau. Si aquello era una prisión desde luego nada tenía que ver con aquella explanada rectilínea, fría, simétrica y ante todo y sobre todo triste y lúgubre, pues las paredes e incluso los techos estaban revestidos con pinturas extraordinarias, los suelos cubiertos por alfombras con dibujos geométricos perfectamente unidos unos a otros y la luz se imponía ya no solo en los pasillos, sino también en aquella sala en la que nos encontrábamos de momento solos y expectantes.

-Ya te dije que no nos podíamos fiar de ella.- Comenzó diciendo Walter.- Alguien que lleva impreso en el frontal de su coche el logo de las Fuerzas Nacionales Fascistas Italianas no puede ser pájaro de buen agüero. 

- Rasso parecía un hombre de fiar, de total confianza para su primo Borja Mari.- repliqué yo.

- Sí pero no es Rasso quien nos llevo a Reutte, ni quien te convirtió en su marido. Fue ella y recuerda como era saludada al entrar en cada cervecería de München, al doblar cada esquina de la capital Bávara.- Siguió furioso mi siempre negativo amigo.- Como nos desnuden tal y como hacían a todo aquel que entraba en Dachau estamos perdidos.

Tenía razón, los números tatuados que ambos llevábamos en nuestro antebrazo podían delatarnos ante los soldados de las SS. Aquello sería el fin definitivo si es que el hecho de estar allí retenidos ya no lo era. Posiblemente tras el recuento realizado la mañana siguiente a nuestra huida, los nazis abrían colocado infinidad de controles con el único objetivo de encontrarnos, vivos o muertos. Quizá por eso estábamos en aquel momento allí.

Y en cuanto a los comentarios de mi amigo respecto a Karina Ruocco, no podía decir que no tuviera razón. Había sido un tonto dejándome engatusar ciegamente por aquella italiana afín a Mussolini y sus ideas.

La puerta que quedaba justo enfrente de donde nos encontrábamos sentados, se abrió dejando pasar por ella a dos personas uniformadas. Él portaba el símbolo del PNF, ella el de las SS.

-Si colaboran, todo irá bien. Les necesitamos para acelerar un pequeño trabajo nada más.- dijo ella.

- Todo dependerá de lo rápido que lo hagan. Según mis previsiones antes de que anochezca podrán ser libres de nuevo.- Anadió él.- No tenemos duda, tras el control de ayer, de que son afines al Führer, sabemos que colaboraran por tanto ¿verdad?.

- Por supuesto dijo Walter.- yo preferí asentir realizando un gesto con la cabeza. 

- Así me gusta.- prosiguió la mujer.- Su cometido será trasladar material al almacén del edificio. Cuando hayan acabado les trasladaremos a Reutte de nuevo. Eso sí, siempre y cuando cumplan las normas: no podrán salir nunca de la zona de trabajo, está terminantemente prohibido ver más allá del depósito de materiales y la zona de llegada de carruajes. Además realizarán su labor en silencio, no queremos que intercambien una sola palabra con el resto de trabajadores, ni siquiera entre ustedes mientras están trabajando, simplemente colaboren y limítense a escuchar la música y por supuesto a almacenar el material.

-Por último, sepan que han de llevar siempre puestos estos dos elementos –explicó el oficial italiano mientras sacaba de su morral dos sombreros verdes de copa corta y un par de bigotes postizos de tamaño considerable.- Bajo ningún concepto podrán quitárselos, no lo olviden.

Llevábamos dos días con una peluca postiza acompañándonos día y noche, por lo que taparla con aquel sombrero digno del más selecto café de Milano, podría resultar hasta deseable. Lo que no me hacía mucha gracia, era añadirle aquel mostacho anaranjado, grueso y de mal gusto. Conociendo a Walter sabía que a él la idea le gustaba menos aún. 

-Pasen al comedor. Podrán comer y beber todo lo que deseen durante los próximos diez minutos, después comenzaran su tarea hasta que ésta esté finalizada. Pónganse el bigote, el gorro y vengan con nosotros.´

Hicimos lo que nos pedían, nos levantamos y comenzamos a caminar siguiendo los pasos de los  dos fascistas. La sonrisa de Walter cuando cruzamos nuestras miradas, seguida de aquel guiño de ojo, me recordó plenamente al momento en el que acabábamos de ponerlos la peluca frente al Olímpico de Münich. Nos veíamos totalmente ridículos pero mucho mejor que con aquel pseudopijama númerado a rayas que portábamos en Dachau.

Traspasamos un par de pasillos, más decorados si cabe, que los que habíamos pasado antes de entrar a la sala de espera de la acabábamos de salir. Llegamos a un portón de madera tallada enorme tras el que se encontraba un lujoso comedor con dos platos llenos de comida y varias jarras de cerveza.

-Recuerden, ahora ya solo les quedan nueve minutos, así que no pierdan más tiempo.- nos dijo la mujer justo antes de que el oficial añadiese la siguiente frase:

-Cojan energía, la van a necesitar… 

Comimos con ganas, todo lo rápido que pudimos y bebimos cerveza como si no hubiera un mañana. Justo tras uno de esos enormes tragos el oficial se me acercó con una cámara fotográfica enorme mientras reía a carcajada limpia.

-¡Jajajajajaja! Quiero inmortalizar este momento ¡se ve usted espléndido! 

Debí de salir en la foto con cara de extrañeza, no sabía muy bien porque no solo el soldado se reía, el bigotón que estaba a mi derecha, Walter, también se lo debía de estar pasando muy bien.

-Venga una más, eso sí, ahora quítese la espuma del bigote y simplemente beba.- dijo aquel hombre, que parecía ser de lo más alegre y amable que había conocido dentro del entorno fascista.

Lo cierto es que no me hacía mucha ilusión que captara imágenes mías un hombre al que acababa de conocer y cuyas intenciones aún desconocía, pero el hecho de poder seguir bebiendo aquella extraordinaria cerveza que según el grabado de la jarra de porcelana, estaba hecha en honor de Konig Ludwig del que tanto nos había hablado Borja Mari en Dachau, suponía un verdadero placer. 


Transcurrido el tiempo estipulado, pasamos a la sala contigua, el almacén al que antes habían hecho referencia la mujer y el hombre soldados. Una veintena de hombres con sombrero y bigote se encontraban ya trabajando en él, pero lo que más llamaba la atención era la cantidad de oro, piedras preciosas, metales y obras de arte que allí se encontraban. Llegaban hasta allí en carruajes tirados por caballos que los bigotones se encargaban de vaciar para ordenar en aquel depósito. Unas lonas cubrían las ventanas y la entrada siempre que no había un vehículo alguno en ella. El silencio era sepulcral, tan solo lo rompía algún que otro golpe al depositar el material, el relinchar de alg´n caballo al entrar en el  hangar y por supuesto, aquella música clásica que como me temía, hizo soltar con disimulo alguna lágrima a Walter. En Dachau ocurría lo mismo. 


Trabajamos durante horas, siempre vigilados por soldados alemanes, en silencio, con esfuerzo y orden. Al principio la llegada de carruajes era constante, pero poco a poco ésta fue decreciendo para desaparecer por completo. Cada vez quedaban menos joyas y artículos de lujo por almacenar ¿Sería verdad que tras acabar aquella labor seríamos libres de nuevo?


Estaba a punto de acabar. Creo que aquella lámpara bañada en oro y con detalles de marfil incrustados en ella, podría ser mi última carga. La dejé en uno de los pocos huecos que quedaban, justo al lado de una pequeña puerta situada en una de las esquinas del almacén. Parecía entreabierta y no pude reprimir mirar por aquella rendija para ver que había más allá. La sorpresa no pude ser mayor. Los dos oficiales que nos habían expuesto la labor a realizar, se encontraban desnudos y mostrándose algo más que cariño el uno a la otro, y aunque parezca mentira, pues tan solo en sueños creía recordar lo que era el sexo, no fue eso lo que más me llamo la atención. Allí, al otro lado de la ventana, podía verse el castillo, una obra perfecta, magistral. Era sin duda el castillo de Neuschwainstein, del que también Wittelsbach nos había hablado.


Walter me cogió del brazo y tiró de él sacándome de aquella habitación, pero ya era tarde. La pareja me había visto y el vigilante soldado, situado detrás justo de mi amigo, ya me apuntaba con su pistola.





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