Atrás quedaba ya Bratislava, tres días después llegaba primero a Buda y luego a Pest, y entre medias Gyor y especialmente Esztergom, siempre guiado por el Danubio que crucé varias veces al igual que la línea imaginaria que "une" Hungría y Eslovaquia. Curioso e injusto apreciar como en este tiempo en el que al sur del país Hungaro se construía un muro para no permitir la llegada de refugiados, al norte, donde yo me encontraba, cruzaba una y otra vez la frontera sin llegar a saberlo en ocasiones. La vida es bella, pero para algunos bastante más que para otros...

Budapest entera me encantó por muchos motivos y muchos lugares. El motivo principal, su VIDA, esa cantidad de gente a todas horas en la calle, también de noche, disfrutando de un lugar único y las posibilidades que el mismo te da. Muestra además un toque un pelín desfasado, como retrotrayéndote a una década más atrás y un idioma ilegible e incomprensible que les hace muy suyos con lo bueno y lo malo que ello tiene,
En la otra orilla, en Buda, la vida es mucho más calmada, alejada del ruido y el movimiento de una capital de país. Es curioso, pues esta parte de la ciudad es algo así como un balcón desde el que divisar la otra ciudad, cuando diría que la visión de la que más se puede gozar es la inversa. Cruzar el puente de las cadenas, lugar que imprime carácter y une Buda con Pest y viceversa, es necesario para llegar hasta el castillo de Buda y al Bastión de los Pescadores, lugar más atractivo de toda la ciudad, en sí mismo y por las vistas que desde él se pueden divisar.
Volar uno mismo hasta el límite y hacer volar la mente y el sentimiento también hasta el máximo confín, ese era el objetivo inicial de esta nueva trilogía y quién sabe si el objetivo final convirtiendo este feliz pasadizo en tan solo los tres primeros pasos de un nuevo camino, quizá más allá de Budapest, seguramente más acá de Vienna, perdido en la Selva Negra o en Passau, pero ya sé que "encontrado" a orillas del enorme Danubio.
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